miércoles, 29 de diciembre de 2010

Siempre tú, mi amarga y única perdición.

Parece que aterrizaron con prisa y sin previo aviso las vacaciones navideñas en el pequeño y absurdo micromundo en el que habitamos.
Una ciudad conocida, el camino en cuesta de siempre, el portal resbaladizo de siempre, mi sitio en la mesa de siempre, el café a la temperatura de siempre..

Afuera la lluvia como despertador, la atmósfera gris que se crea y se cuela por la ventana cuya persiana he destrozado por décima vez en este año.

Apenas he tenido tiempo para reflexionar de una parte a esta de mi vida, siempre corriendo, con horarios y alarmas en el móvil, de clase en clase, de bar en bar, de persona a persona, de pensamiento en pensamiento sin pararme en nada en particular, cogiendo esencias de todas partes, quedándome con lo que quiero de cada realidad.
Con lo que he considerado lo importante de cada cosa.

Todo ha sido más consciente de lo que pretendo aparentar.
No tuve tiempo,pero sobre todo, ganas de asumir cómo se han sucedido estos tres o cuatro meses ante mis ojos despistados, legañosos, otra vez.

Y tampoco pretendía hacerlo ahora, pero el tiempo se ha expandido y estirado, las horas ahora se han multiplicado por lo que las vacaciones representa.
Y miles de pensamientos, muchos tristes, otros que me sumergen en otros tiempos, en bonitos días pasados, pensamientos sobre planes, sobre largos viajes, a veces sobre mi incierto futuro, me acechan por la espalda.

Necesito llenar los espacios de mi mente y de mi diario antes de que me estalle la cabeza o me vuelva completamente loca.

Busco excusas continuamente para no profundizar en situaciones que me aterran, en historias que me crean tensión o angustia internas, en relaciones que me aportan inseguridad o rabia.

Mucha gente se ha marchado de mi vida para siempre, posiblemente no volveremos a coincidir jamás en el tiempo ni el espacio, ni seremos los mismos que entonces si lo hacemos.
Nunca podrá volver a fortalecerse un amor recalentado del mismo modo que si se hubiera cuidado en el momento preciso.En el instante perfecto.
Jamás podremos ser uno de nuevo después de haber pertenecido al mundo y sus habitantes mientras la vida corría, rápido, rapidísimo, sin que pudiéramos hacer nada contra ella y su caducidad.

Nunca volverá aquella tormenta de Enero a calarnos los huesos y el alma con sus congeladas gotas de lluvia el corazón de los que se miran de verdad por primera vez.

Es bonita la vida del comienzo, la brevedad de lo primario.
Las promesas, y los gestos nuevos, risas vírgenes y conversaciones que duran desde el amanecer hasta la oscuridad de la noche sin que te hayas preguntado ni siquiera si has comido, o dormido, porque nada de la vida parece importante en comparación con esas primeras luces con que se ha teñido el mundo desconocido y maravilloso.

Confías tanto en que nada podrá fallar, y la vida por primera vez es lo que esperabas.
Cegado y en un torbellino de sueños recién salidos de la fábrica parecen al alcance de la mano, dan vueltas ante tus ojos para que sepas que te pertenecen.

Has depositado tanta energía en predicar que el amor es lo que mueve el mundo, que es lo único que nos hace dsinteresados y buenos, e inmortales, que ya no sabes ni si algo de eso era cierto o lo habías visto en una película.

Saber que nunca jamás volverás a tocar a una persona es terrible.
Que ha desaparecido, que es como si hubiera muerto o se hubiera evaporado, tener la certeza de que no hay nada cierto a tu alrededor, de que las luces se acaban un día en cualquier estación del planeta.

¿Qué habremos significado para los demás a largo plazo?
¿Es posible que alguien recuerde a otro alguien para siempre?
¿Es el amor algo tan sobrevalorado como la navidad o la magia?
¿Merece la pena dejar la razón y la vida que te has creado por una intuición o un cajón de recuerdos?

Yo sólo se que no cierro puertas por miedo, más que por convicción, y no decido el camino porque me aterra saber lo que quiero si el resto no lo ha decidido aún.
Sólo necesito que me quieran con locura, o hasta la locura, pero sin esperar nada a cambio hasta que me convezcan como lo hiciste tú un día.

Nadie me convence.
Podrías intentarlo otra vez, aunque es difícil reconstruir ese boceto donde nacimos como únicos para el otro, con la lluvia cubriéndonos los párpados, la ciudad archiconocida más dulce que nunca,
y su luz de asfaltos y roja contaminación de sala de revelado
igual que la de hoy, igual que la de siempre,

pero sin tí, sin tu cara mojada y feliz asomándose a mi rutina como el que espera a algo que nunca llega, y cuando llega se aferra con todo su cuerpo a ese regalo, al que conocía mucho antes de haberle visto, cuya suavidad le era tan familiar como su propio cuerpo, cuyo olor le atraparía para siempre.

Qué hacer si no puedo hacer otra cosa que recordarte.




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