Los geranios de mi padre brillan en el alféizar del séptimo piso de un punto de la ciudad, normalmente embriagado de alegres destellos, resbosantes luces bailando en las ventanas.
Hoy sólo los geranios transtornan el ambiente, el paisaje, la atmósfera irrespirable con su brillo.
Como decía el poema más bello que jamás se ha escrito, "hoy solo tengo ganas de arrancarme de cuajo el corazón, y ponerlo debajo de un zapato. Hoy me sobra el corazón".
Si hay algo que no se expresar físicamente es la tristeza, por eso la escribo en esta parte oscura de mi vida que nadie conocería si me viera a diario en la universidad o en un bar, o en cualquier parte que perteneciera al exterior de mi diario sonriente.
Me gusta mucho la gente que sonríe, y pese a todo lo que pueda sentir, siempre consiguen transmitirme algo de esperanza, por eso tiendo a la risa, porque sé que ayuda al resto y a uno mismo, ya que todos tenemos días en que necesitamos una mirada cómplice para no caer.
Siempre he sido capaz de llenarme de optimismo cuando todo apunta a la desgracia, el estrés, o la pena.
Sin embargo, hay momentos en que algo te oprime el corazón, en que por más que te hagas el firme propósito de ser luz, solamente ves la parte oscura de todo lo que te rodea, lo peor de tí mismo, la miseria y la apatía se convierten en una transfusión inevitable a todas las venas de tu cuerpo, resquebrajando tus ganas, desgarrando tu alegría habitual.
No hay nada que hacer ante eso, me temo, más que esperar, no se exactamente a qué, puede que a la respuesta de mis preguntas, que ni yo se responder, como qué quiero realmente, qué estoy haciendo con mi vida, qué necesito, qué debería cambiar. Qué puede hacerme feliz eternamente.
Desgraciadamente creo saber que no hay nada lineal en mí desde que nací un invierno casi tan frío como éste, en el mes raro, una noche de carnavales y de ruido, de voces, de músicas locas resonando en la habitación pulcra y blanca de la clínica donde mi madre se daba a sus antojos de fresa que yo debía pedirle desde el interior, con voz ronca, como ahora, en un lenguaje que sólo ella comprendía.
Me estaba nutriendo de la dulzura, ella quería que yo fuera su representante de la sonrisa en el mundo nuevo al que saludaban mis grandes ojos de almendra.
Nací con una fresa dibujada por alguien en mi pequeña cabecita, y desde entonces nunca más pude ver ese símbolo materno inherente a mi futura existencia.
Qué fragil es todo en la vida, cuanto cuesta guardar la felicidad que rompe barreras, que es capaz de levantar el ánimo hasta del más suicida, que borra ceños fruncidos y despierta lo mejor de nosotros, que nunca es poco, que siempre es mucho más poderoso que lo que nos aflige.
Sólo quiero ser feliz en la vida con placeres sencillos y que llenan mi mente y mi cuerpo de una alegría real y no perecedera. Como lo son las altas ambiciones que frustran y envilecen a las personas.
Mi único fin es encontrar mi ansiada paz interior, sólo necesito una señal que me diga que voy encaminada, que todo merece la pena, porque me estoy construyendo un camino que merece la pena ser vivido, lleno de emoción y de lucha, de violentas pasiones cumplidas.
Y por encima de todo, que cuando me mire al espejo, vea que en lo que me he convertido es un ser noble, que no se ha dejado arrastrar, que ha podido superar todas las pequeñas y no tan pequeñas trabas, el desamor, el egoísmo y el cinismo que todos, absolutamente todos, llevamos en nuestro corazón.
Me cuesta más sobrellevar las pequeñas decepciones que las grandes pérdidas. Algo se enciende en mí, incendiándome por dentro de fuerza y valor cuando algo grave ocurre a mi alrededor.
Pero, sin embargo, son esas pequeñas tragedias mundanas y absurdas las que me cuesta perdonar, y olvidar, y sobrellevar.
Cúanto me gustaría a veces ser inmune y menos sensible a todo lo que me rodea.
Pero no sería yo, sino alguien despiadado y terrible el que lleva mi nombre, el que sigue mis pasos sin mi permiso, el que da la espalda a lo más importante que hay en la vida, las personas que la forman.
Sin más que decir, ahora leo lo que he escrito y veo todo un poco más claro, es una de las ventajas de escribir los pensamientos.
Me siento algo más libre en esta tarde bajo cero, y me siento más capaz de rescatarme de entre las ruinas de lo que he sido, lo que suelo ser.
Ánimo a todos los corazones que hoy se han quedado sin batería, siempre nos quedará soñar con que mañana todo cambiará, pero no porque sí, sino porque nosotros lo hemos logrado, una vez más, uniendo nuestra energía a la del resto de almas que vagan incomprendidas en nuestro caminar.
Los geranios han dejado de brillar incandescentes, ya que todo está oscuro y taciturno en esta tarde antes dolorosa, les he robado la luz..
Y sigo, sigo, sigo.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
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