lunes, 12 de noviembre de 2012

Reconstrucción.

Huele a pintura todavía, o eso dicen las personas que entran y salen de mi habitación,
esas que apenas han penetrado de soslayo en mi vida, y con cautela.
Siempre con cautela.

Yo les digo que ya no me mareo, que supongo que te acostumbras.
Al dolor, al cambio de temperatura, a la pérdida, a la oscuridad.

Lo cierto es que he vuelto a perder la noción del ahora.
Desayuno en el pasado, visita rápida a la autopista del subconsciente,
regreso al rincón al que ahora perteneces, en el que existes.

Por qué será que el concepto del pasado siempre supera a lo demás,
por qué la inseguridad, la sensación de que lo bueno se hace tan corto,
como en aquellos campamentos, en que, cuando parecías haber encontrado lo que necesitabas, ya tenías que volver a casa?

Pensamos y sentimos con efecto retardado,
asimilamos a veces con una dulzura ralentizada,
para saborear el principio del recuerdo una vez el pensamiento ha madurado
para desembocar en nuestro estómago.


No sé. Algunos días tengo ganas de irme al otro lado del mundo por cualquier medio,
con cualquiera, huir de las miradas, de la maldad, de las expectativas y las fechas.
De ponerme en pelotas en la calle y sonreir en silencio.

De llevar una vida tan anárquica, absurda y hermosa como pueda, de pasear por los parques y escribir por las esquinas, de deshacer mis nudos y mirar a los ojos al aire, fijarme en el polvo arrastrado, en los olores de los barrios, sentir la satisfacción de que es lunes y ser consciente de que soy libre para pensar, hablar con la gente, de sentarme en medio de la acera para escuchar a un tipo que toca un xilófono de colores.

Pienso algunas veces en recuperar esos momentos,  por alguna estúpida razón, y es que algunos espacios temporales, muchos detalles, se te graban con sangre en el fondo de las entrañas.

He repasado los instantes con muchos de vosotros, y nunca sabréis cuales he elegido.

Echo de menos a bastantes personas que probablemente no lo sepan.
Y es que puede que ya no sepa decirlo, o que llegue un momento en que demos todo por hecho sin palabras.
A mi siempre me ha gustado utilizarlas, las frases se me han fijado en la mente con la fuerza de cualquier gesto.

Aunque a veces se queden cortas.
Me encantaría que no le llegasen a la suela a la felicidad.

Que la historia real haya empezado a tener sentido mucho antes de que lo sepamos,
que para cuando nos demos cuenta ya haya en el cerebro miles de imágenes y canciones importantes que no nos lo parecen hoy.

Tal vez te recuerde en la otra parte del mundo alguna tarde mientras no entiendo ese presente que hoy es futuro, ese mañana en que viviremos pensando en hoy .

O no.


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Me niego

Es fácil que llegado un punto, que sumidos en una dinámica desenfrenada, llena de tiempos marcados y abrazos rápidos posados en una cuenta atrás, de sueños que acaban para dar paso al frío, de noches en que las risas pelean con los pensamientos llenos de trabajos y de horarios digamos basta.
No me creo eso de que la vida tenga que ser de esta manera.
Me niego a creerlo.
Terminar las clases sin descanso y correr a cocinar una pobre pasta que ingieres en media hora a duras penas no puede ser la vida.
Escuchar a catedráticos hablando del pobre con desprecio no puede ser la vida.
Ni pensar que si no escribimos libros de éxito, o nos doctoramos en un tema original como la "historia de la mierda" no seremos nadie.
No puedo creer que por llorar seamos débiles,  que nuestros espíritus puedan medirse por la cantidad de lágrimas derramadas.
No soporto que hayamos de conformarnos con hablar de estupideces cuando hay tantas cosas que nos afligen, cuando cada uno encierra tantos conceptos y percepciones dentro de sí.
Pero tampoco entiendo a la gente que continuamente analiza la conversación del otro sin compasión, sin corazón, para evaluar si éste o aquél merecen la pena para perder con ellos el tiempo que un café supone.
No me entra en la cabeza que las personas no puedan expresarse libremente después de tanto tiempo,
que esté prohibido abrazar a alguien por mantener la compostura, que nos sintamos invasores al acercarnos a alguien por vulnerar su espacio vital.
A la mierda con la frialdad a la que estamos obligados.
A la mierda con el individualismo, a la mierda con las medias sonrisas y los abrazos sin ganas.
No quiero esto para mi, ni para la gente que quiero, ni para los futuros habitantes de este lugar, que van a llegar pensando que hablar por whats up es lo básico para preguntar a un amigo que tal se encuentra.
Me niego a creer que valgamos tan poco, que creamos que no toda persona se merece un tiempo, un abrazo y una pregunta.

¿Qué es la vida entonces?

Yo creo que es el espacio y tiempo que concedemos a las personas para conocerlas,
y el que nos concedemos a nosotros mismos para pensar, y así comprender que tenemos que darnos a los demás porque guardar tanto dentro sin compartirlo no puede ser bueno.

Con lo corta que es la vida.

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