Hay mercado medieval de fuegos y olores.
Recuerdo el último , en uno de los mejores días de mi vida.
Caía Marzo sobre el asfalto a borbotones, el sol de media tarde aclaraba los ojos y despertaba los sentidos acurrucándonos en las melodías de los pájaros que surcaban el cielo entre polen soleado.
Sentimos esa vez entre nuestras manos aferradas a las del otro, simétricas, mariposas que habían huído de la lógica y de cualquier exótico del planeta para encontrarnos.
Todo lo que tocábamos se convertía en primavera.
El ambiente se impregnó de instrumentos medievales, cascabeles y bellas percusiones de madera resonando en nuestros extasiados tímpanos.
Había una gran explanada abarrotada de niños que reían ante payasos con máscaras hechas a mano, pintadas con detalles de magia y plateados remates, únicas en el mundo.
El humor que predicaban era sano e ingenioso, alejándose de burdas y pesadas bromas o de vulgares artificios. Todos reíamos, fuera cúal fuese nuestra edad, condición, situación, compartiendo mucho sin apenas darnos cuenta.
A cinco minutos de la ciudad, parecíamos haber entrado en un mundo antiguo y extraordinario, que nos separaba de la realidad con un velo de atardecer seminvisible.
Vendían mitología, cuentos en miniatura, ropas de lana tejidas a mano, sueños bordados a medida, minerales nunca antes vistos para la suerte eterna, historias de dragones morados amables que en vez de fuego, escupían flores, lamias de pies palmeados con espejos y cabello de oro que habitaban en paz en castillos escondidos bajo las aguas templadas de un lago cualquiera.
Olía a hoguera de media noche, a piedra y a brasas que a fuego lento cocinan grandes trozos de carne, bailando al calor del akelarre de brujas bailarinas.
El queso curado, los pasteles de arroz que aturden papilas gustativas, los frugales vinos del desconcierto y la chispa granate del instante.
Ojos brillantes en que se vertía la ilusión de los que buscan ver un mundo extraño alguna vez.
Marionetas enmascaradas que no se conforman con los colores arco-iris, cometas de papel maché, que volaban fugaces debajo del cielo, encima del mundo.
Un segundo, y la felicidad te pertenece.
No podía parar de sonreir, embriagada de polvo mágico que absorbían mis párpados rosados, de apretar a mi alma gemela entre mis dedos.
Ropajes austeros y oscuros, botas marrones del medievo, casacas y corsés ceñidos al cuerpo de mujer, quiméricos frascos que albergan medicinas hechas por alquimistas locos que viven escondidos y ayudan a curar catarros con agua recogida en luna llena.
Leían la mano adivinas con pañuelos anudados a sus frentes alumbradas, tras cortinillas de estrellas, augurando amores, buena suerte, o en los peores casos , la muerte.
Lindos unicornios blanco inmaculado compartían la estancia con su presencia obligatoria.
Empezaba a asomarse tímidamente el ocaso, entre el verde de las afueras de la ciudad, en un lugar encantado, que hizo prisioneros nuestros sentidos y por primera vez, pudimos volar.
Nunca sabrás cuando volverás a sentir mariposas.
sábado, 18 de diciembre de 2010
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