jueves, 14 de abril de 2011

Silencio para llenar los vacíos.

Caminaba por el parque, sin prisa,
y la brisa del mediodía sacudía mi flequillo,
entre las aceras soleadas e individuos trajeados.

A lo lejos, escuchaba cómo un hombre sentado en un banco tocaba con la trompeta "What a wonderful world", y no he podido evitar sentirme dichosa, después de todo.

Me he sentado en la hierba a observar las primeras flores blancas anunciándose a la vida,y completamente quieta he sentido la fría hierba entre los dedos de los pies.
He escuchado los secretos del parque, aquél en que la mitad de mi vida ha transcurrido, el de los besos inexpertos y los rumores, el de las cosquillas y las noches rojizas y tenebrosas del invierno.

Me he escapado de mi propio cuerpo y he intentado sentir el espectáculo y la tragedia de lo que supone estar vivo.

Escuchando el silencio en vez de al miedo, ese miedo que jamás hubiera pensado que me producía la soledad, pero que últimamente experimentaba,
los pájaros más pequeños han anestesiado la incertidumbre de mis espacios.

Juegas en la vida los papeles que te tocan,
los roles que la mecánica diaria te exige, pero siempre juegas.
Juegas en las relaciones, juegas sin quererlo, con las personas.
Te sientes fuerte, te sientes débil, devastado, eufórico.
El otro ha de seguirte el juego sin comprender en qué consisten las reglas ésta vez.

Otras veces el pasado se superpone al presente y te supera recordar todo de golpe,
sobre todo te entristece pensar que jamás vayas a sentir lo mismo que en aqué entonces,
o que esos días quedaron atrás.

Otras veces, sencillamente te obligas a pensar que no puedes seguir lamentándote por mucho tiempo, que no estamos aquí eternamente, que el tiempo es un concepto demasiado valioso, sobre todo hoy en día.

Un día quisiste tanto a una persona que pensabas que jamás podrías dejar de abrazarle, y sin embargo, lo haces.

Y vas tanteando las almas como un ciego,
y vas buscando qué es exactamente lo que tu cuerpo te pide, lo que necesitas, lo que te hace vibrar.
Es terrible saber que es demasiado tarde para recuperar un sentimiento que se ha ido adormeciendo entre el vasto tiempo de la juventud.

Jamás hubieras pensado que esa primera persona que iluminó tu existencia con una ceguera sobrenatural, que creías por encima del bien y el mal,
hoy se apaga por tu culpa, y sufre, y todo parece una broma pesada del destino.

Darías lo que fuera, sin embargo, por mantener a esas personas a las que has querido de manera tan real, tan verdadera que crees tocarles ahora mismo,
y quieres hablarles, y decirles que aún te acuerdas, que no te olviden, que tú no lo harás nunca, que te perdonen, que no te juzguen.

Que te acompañen de cualquier otro modo en tu camino, ya que se va a hacer largo sin sus besos, sin su calor, sin su sonrisa.
Cuando prefieres la tristeza a la mentira,
cuando decides tirarte al mayor de los abismos,
cuando ya nada queda, más que tú cuerpo solo, muy solo,
y las tardes las llenas con música y letras,
en vez de con personas,
es justamente ahí,
cuando el silencio,
y la hierba entre tus dedos,
cobran el sentido.

Y las palabras se extinguen como un recuerdo más.

Y ahora sí, te das cuenta de lo complicado que es jugar en el mundo de los mayores.

miércoles, 6 de abril de 2011

Caló

El sopor callejero de un jueves extraño.

La ciudad se ha vuelto loca.
la ciudad tiene fiebre.

Un huracán de viento pesado y doloroso ha cometido allanamiento de morada.

Ese viento azota y apresa a las figuras,
las hace blandas e inseguras,
les absorbe la fuerza,
les evapora la sangre, consume su energía.

Asesina en los seres la frescura, la rapidez de pensamiento,
y emborrona sus mentes como acuarela,
sumiéndoles en un letargo dulce y venenoso.

Distrayendo sus conciencias. Aún más si cabe.

Ese calor dobla las hojas,
marea a la flora y a "civilizada" fauna,
hace que el mundo se derrita,
adormece, sumerge,
ese calor que funde los suelos,
y los sueños,

ese calor del delirio.

El infierno en los asfaltos,
meciendo con pétrea pesadez el viento,
abrasando los geranios,
tiñendo las pestañas de pelos blanquecinos.


Los destellos repasan tu rostro,
te hacen cosquillas, te acarician
te gusta.

Te cuecen al baño María,
para el gran banquete de los dioses,
quieren comerte los ángeles.


Luz cancerígena de la incomodez y el desconcierto,
pantalones de hilo pegados a los muslos,
frentes empapadas, rozaduras en zapatos,
el sudor se enfría con el aire del sector servicios.

Los portales albergan el aire frío de los inviernos,
y como en cuevas permanezco a salvo en ellos.

Sientes la corriente en movimiento,
fluyendo hacia los altos techos de antiguos edificios.

Huele a viejo mármol congelado.
Aprieto mi frente contra las barandillas de hierro forjado.
Por la cristaler penetran agresivos haces luminosos.


Y me escondo en un cuarto con las luces apagadas,
las persianas casi hasta abajo,
en mi guarida doy la espalda al maléfico sol.
-Ya no eres bueno, le digo , - Hace mucho tiempo que dejaste de serlo.


El aire envuelve mis pies descalzos
para poder pisar la arena, la hierba, la tierra,
la moqueta
la madera
tu cuerpo.

Jóvenes y mayores se reúnen sin saberlo,
y pueblan cada metro cuadrado del escaso espacio verde,
se desnudan, se ríen, se refrescan,
se quejan, se tocan, se quitan el sudor.

Beben cosas frías y comen helados para tener más sed después.

Algunos comen en tuppers pasta y arroz.
Sus cuerpos blancos manifiestan cómo nosotros no estamos acostumbrados a esto.

Tan sólo es Abril

y ya se ve la carne vieja, la carne joven,
rojiza después de blanca,
rojiza después de asada,
víctima de la saturación de los pigmentos,
del infierno del global calentamiento.

Todos son felices.
Yo no.

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