sábado, 5 de marzo de 2011

Última tarde de carnaval

Salgo a la calle.
La calle rezuma olor a telas de colores chillones, lentejuelas, pelucas sintéticas y vino.
He cerrado los ojos y el viento parecía emerger de tus largas pestañas, abanicando mi camino.

Una burbuja de ruido y de músicas lejanas se ha colado en mi cuerpo, agobiándome, sumiéndome en un estado de hipnotismo con un deje melancólico. Dejándome en estado de shock. Sin capacidad para pensar, ni poder disfrutar de la sobrecogedora tarde de la que se ha empapado mi ciudad.
Me he sentido triste porque es posible que esta sea la última tarde de carnaval, al menos en unos años, en que, con más o menos suerte, trate de encontrar mi camino.
Mi eterna ciudad, pequeño universo lleno de olores y sueños en pequeños botes translúcidos.
Los de las personas que me rodean y se lamentan por lo que ya no pueden hacer, los que aceptan su vida con aplomo y optimismo, los que, siguen soñando, y no pierden la esperanza. Los míos.

A veces la tristeza es la herramienta única para despertar a los perezosos sentidos,y la dulce melancolía arrastra a tu cuerpo a un estado de abatimiento, de aparente fragilidad y desencanto, y te embriaga de un sórdido estado de bello ensimismamiento.
Parece como que te hubieran vacíado el alma, te hubieran absorbido la energía con una aspiradora terrible, dejando de tí el cuerpo solamente, conduciendote a la muerte del espíritu, la romántica idea del que tras creer haber perdido el alma no ve sentido en seguir viviendo.
He pensado en el olor a quitaesmaltes de mi madre, en cómo huele cada uno de mis amigos, en sus sonrisas y en sus llantos, en los mejores abrazos, en las atmósferas únicas..

He pensado en que me marcho.

Y en que todavía no se si me gusta estar sola, si puedo soportar no tener recursos a los que acudir cuando yo misma no soy suficiente.
La independencia aparente, la falta de apego, todas esas tonterías...desaparecen.
Se evaporan al echar de menos una mirada cómplice, dar forma a recuerdos de tardes compartidas, de extrañas noches, de mañanas divertidas.

Todo se ha vuelto amargo desde entonces, recordando la plaza donde los viernes jugaba a "un, dos tres carabín-bon-bán", al escondite, donde luego jugara a la botella y bueno donde ..supongo que jugaba a lo que todos los otros niños jugaban.
Nuestros padres, amigos del cuadrillismo típico, tomaban potes en la zona mientras nosotros interactuábamos con los hijos de sus amigos aunque no les soportáramos.
Terminábamos con los papos rojos y casi sin poder respirar, con una sensación de cansancio perfecta para dormir, en la época en que todavía puedes dormir como un angelito, porque en cierto modo, lo eres.
Y entre el tráfico de niños elefante, de horteras carrozas y de coches, he notado sus manos inocentes e invisibles estrangulándome, asfixiándome.
"Cómo silenciar las almas" .. así podría denominar a ese sentimiento.
El ruido quería boicotear mis pensamientos para que no estuviera triste.
Familias disfrazadas desde el abuelo hasta el niño en la sillita, parejas que parecían felices...

Y yo sólo pensando en que es posible que esta sea mi última tarde de carnaval.

El cielo está despejado y se viste de un fulgor amatista para la noche disfrazada de esperpento.
Nunca sabes lo que te esperará, por eso, me asusta y entristecen los cambios, pero en el fondo me dan vida..
El masoquismo inherente a mí, y a muchos de encontrar la ilusión en la incertidumbre.

Quiero ver a mi hermano hacerse mayor, quiero seguir leyendo el menú a mi madre cuando se le olvidan las gafas, seguir rebatiendo todo lo que dice a mi padre..
Y seguir siendo salvada cada mañana por las miradas cómplices de las almas que he o me han elegido para compartir nuestras vidas.

Igual es que sencillamente, lo quiero todo..

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