sábado, 26 de marzo de 2011

El poder del olvido.

Ayer, de repente, y sin saber muy bien cómo, recordé.
Como si una parte de mi cerebro hubiera despertado de un sueño demasiado largo, por fin.

Olvidar a una persona no es tan difícil.
Algunos científicos han denominado la "neurona abuela" a aquella en que descansan nuestros más íntimos recuerdos sobre una persona determinada.
En el momento en que la neurona deja de funcionar o se adormece, la persona en cuestión que la habita, también pasa a la historia de nuestra memoria.
Es solamente una teoría, pero no deja de ser un ejemplo más de lo que la memoria selectiva es capaz de hacer por nosotros.
Por otra parte, no es algo que se haga de manera involuntaria, el olvidar digo, porque con el recuerdo estimulamos esa neurona sin dejarla morir, como si la alimentáramos.
Como la película "Olvidate de mí", en que una pareja tras su ruptura decide olvidar los recuerdos juntos para poder seguir adelante.
Esto se tornaba una utopía cuando lo pensé por primera vez, algo como de ciencia ficción, pero de repente, te encuentras con que existen mecanismos naturales para seleccionar tu "Top ten de recuerdos y de personas que quieres sean recordadas".

A pesar de todo esto, creo que jamás me ha pasado que quisiera olvidarme de alguien que hubiera pasado por mi vida con urgencia, o por necesidad para afrontar mejor mi día a día.

Suele ocurrir tras una ruptura que tratas por una temporada de no recordar los mejores momentos, para que el camino se haga más sencillo, o intentas de alguna manera pensar en el tópico de que debería de haber pasado eso para que ahora te ocurran otra serie de cosas que debían llegar.
El caso es que a mi no me gusta olvidar.
Tampoco me gustaría que alguien buscara con ahínco, la manera de olvidarme a mí.
Sino, qué es exactamente lo que hacemos compartiendo el tiempo con las personas, si al final
nadie se acuerda de tí.

Claro que no cuento en mi currículum con experiencias traumáticas que me hagan sentir la necesidad de asesinar recuerdos, y que tengo la suerte de que las personas que me han decepcionado en la vida son pocas.

Ayer me puse a pensar en lo mucho que disfruto de la soledad a veces.
Cuando nada importa, más que estar bien con uno mismo y reflexionar en lo que te apetezca sin que nadie interrumpa al pensamiento.
Es difícil, yo creo, estar sola demasiado tiempo con esta edad, en que todos los planes son bienvenidos, en que todas las personas albergan algo nuevo que aprender.
Una edad que hemos de exprimir y que sin duda, merece la pena ser recordada.

Pero también pensé en que es curioso que a pesar de haber viajado sola y haber disfrutado con esa sensación, son muchos más los buenos recuerdos que tengo con las personas, aunque sea en las situaciones más banales, en el sitio menos fascinante, o con la música más horrorosa.

Eso de sentarte en la hierba enfrente del mar a la tarde, con una cerveza fría, y mientras piensas que no hay nada mejor que ese instante, decirle al otro: "No me digas que no te sientes increiblemente bien ahora mismo", y el otro sin contestar, te mire y lo sepas todo.

Que los momentos compartidos son los mejores creo que es un hecho.

Por eso no me gusta dormir sola, porque no recuerdo lo que sueño.

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