Se despertó temprano aquella tímida mañana,
suavemente, sigiloso.
Tras desayunar bostezos y mirar como él sol se desperezaba lentamente,
escuchó a la cafetera susurrandole en su extraño idioma
inundando las baldosas frías con su intenso aroma.
El alba penetraba por las cortinas naranjas, parecía estar en el centro del ardiente sol.
Tomó el café sin prisa, sintiendo cómo bajaba por su cuerpo,
disfrutándolo con paciencia.
La cafeína ascendía a su cerebro con rapidez,
sus párpados se despegaban poquito a poco,
y las legañas que poblaban imposibles recovecos ,
se evaporaron con la primera mirada,
la de la niebla romántica y vaporosa.
La primavera había dado sus primeros y tímidos pasos,
sabiendo que la gente no estaba preparada para tanta belleza de sopetón,
que le acogerían con un entusiasmo que resultaría excesivo,
teniendo en cuenta que era aquella la ciudad de la lluvia..
Y las tormentas volvería sin ninguna consideración por los brotes ni por los almendros que explotaban a las orillas de las aceras.
No sería ella la que jugara con los sentimienos
regalando esperanza a los niños que jugaban en los soleados parques,
y a los adolescentes en las playas repletas de brisa y de soles..
la prudencia era esencial.
Pero a la primavera se le escapó de las manos el asunto y desnudó el universo para vestirlo a su manera.
Brillaban largas lágrimas en el lúpulo,
deslizándose todavía alguna perdida
por el gran ventanal
antes de su bello y silencioso suicidio.
Supongamos que era una ciudad cercana al mar, al monte y a los ríos.
En ella se mezclaban los ecosistemas sin orden ni concierto,
los arco iris eran muy habituales,
olía a eucalipto al lado de un centro comercial.
Un pavo real paseaba tranquilamente por el parque , a la sombrita,
absorbiendo la frescura de los robles veteranos,
cuyas hojas danzaban ritmos de otro tiempo,
y puntos de colores enomquetaban los suelos nuevamente,
y en el aire, todos los tipos de polen, hacían el amor.
La efímera armonía duraría lo que un suspiro de felicidad absoluta.
El sol mediterraneo bañaba los cuerpos y sonrojaba mejillas,
y la plenitud se aspiraba como cualquier flor de raros matices.
Voces de juegos infantiles, parejas centenarias de la mano,
bicicletas y guitarras.
Fue aquella la ciudad en donde el mal no tuvo cabida.
El puro oleaje se llevó la tristeza al mediodía, cuando,
subiendo la marea,
el pan rallado de arena sirvió de alimento a muchos hombres,
y hubo peces, y hubo justicia, y hubo paz.
Y la gente volvió a respirar llenandose de aire los pulmones.
Sinieron esa libertad al fin,
preguntándose por dentro por qué motivo
hacía tanto tiempo
desde la última vez.
Ella quiso avisar ,sin embargo,
de su voluble carácter...
Pero ya era tarde,
los hombres no querían pensar en la tormenta del mañana,
porque nada tenían,
excepto el momento.
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