domingo, 12 de junio de 2011

El color de la mañana es blanco, como el alma.

Hoy por fin he conseguido dormir.

El trabajo,las personas olvidadas en el tiempo físico (que no en el recuerdo),
planes etílicos de última hora y un cajón de sastre de películas, libros y música me lo habían impedido.
Ya era hora.

Los sueños salen caros,
y para ser feliz primero pasas por muchas etapas que hacen que cuando consigues algo,
merezca la pena todo lo vivido.

Como el verano necesita del invierno para penetrar en tus sentidos,
como merece la pena ver a alguien de quien llevas tiempo separada,
como cuando tras el silencio,
irrumpen las palabras de nuevo con alguien a quien quieres,
como ese abrazo después del vacío físico y el desarraigo,
como cuando empiezas a sentir en el momento menos esperado, pero tan ansiado..
y temido.

Hoy alguien me ha dejado sin palabras.
Buscaba libros en la plaza más antigua de la ciudad,
esa plaza donde empezó todo, donde te sentí tan cerca,
donde fuiste más mío que de nadie,
donde comulgaron las miradas atrapadas en nuestros cafés de invierno.

Y en el momento en que me iba,
en ese instante en que todo parécía haber terminado,
unos ojos azules de piel arrugada me han mirado sin descanso,
y he tardado en darme cuenta, pero lo he hecho.

Me han preguntado esos ojos si me gustaba la poesía,
le he contestado sin palabras,
y ha abierto una ventana gigantesca, terrible,
delante de mis ojos encendidos y mi corazón abierto como nunca.

Ese azul me ha enseñado de la vida cosas inexactas y reales,
conceptos que se escapan pero existen,
e inmersos en las palabras de aquél entonces,
frases que son tan verdad que acongojan,
me he perdido, me he perdido sin remedio en la plaza y todo ha enmudecido de repente.

Sin vacilar ha tocado ese alma transparente lo vivido,
me ha hecho sentir la pérdida, el desconsuelo,
el valor del tiempo, el primer amor, la naturaleza, la muerte,
el alma de los que sienten cada ráfaga de aire, el candor de los besos,
la sensación de que tus alas se quedaron en el invierno del corazón.
La pureza del sentir como pocos saben,
la dureza de la vejez,el calor de una madre,la tristeza de un alma solitaria,
y blanca.

He enmudecido durante horas,
no sabía si llorar de felicidad o de crudeza,
sentía de pronto que la vida tendía demasiadas cosas que no nos pertenecen,
que nada es de nadie, aunque así lo crea,
sentía que desde siempre conocí a ese hombre,
que tan sólo era una prolongación de su camino,
alguien que debía perpetrar su sensibilidad en el mundo,
necesario para abrir almas y resolverlas, o al menos ayudar a las personas a abrirse a la vida para crecer.

Crecer, pero para dentro.
Hacerlo en el conocimiento del sentimiento humano,
hacia lo prohibido y lo que nos aterra,
ese sentir abstracto del que huimos,
que no comprendemos porque preferimos ignorarlo,
ese mundo paralelo de aparente sirazón que explica tantas cosas como la más exacta ciencia,
por el cual sufrimos y amamos, y odiamos, y pecamos.

Todo lo efímero e importante,
que no sabe de cálculos y de cemento,
que posa en cada persona algo irrepetible y sensitivo,
que dota de magia al mundo y su complejidad abrumadora.

Hoy, frágil e invencible, he creído en todo lo que amo,
he querido infringir todo lo que establece fronteras al pensamiento, a la emoción,
a las cosquillas, al frío al calor, a los extremos, al amor puro y
al exceso, eso que amo, por defecto, ante todo lo que existe.

Excedernos al errar, al querer, al pensar,
sentir excesivamente, qué cosa más bella.
Hoy palpito con la tierra, y me duele el mundo,
ese al que quiero,al que temo, y en el que a veces vivo.

Hoy la muerte se me ha presentado sin preámbulos,
y me he dado cuenta de que queda mucho por sentir,
que cualquier vida puede ser eterna si es vivida,
y que llorar bajo la lluvia y enfermar de amor puede ser posiblemente,
el sentido que tiene para mí ahora estar en este lugar del espacio,
suspendida, flotando, gravitando, con el alma al aire,
volando, dispuesta a todo por un vuelco al corazón sangrante.

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