martes, 18 de enero de 2011

Una palabra tuya bastaría para salvarme.

Era tan feliz que creía a veces, que la desgracia me atacará un día por la espalda .

En plenos exámenes, mi cabeza se trasaladaba volando alto, altísimo ,hasta llegar a increíbles parajes naturales de la Amazonia, playas de arena inmaculada y arrecifes colorados se mezclaban en mis pensamientos.

Recorrí las Galápagos con los dedos, y subí hasta el mayor pico de los Andes para sentirme por un minuto la dueña del gran teatro del mundo.
Me sentía libre a pesar de que no lo era.

Los jóvenes y los niños somos los únicos idividuos que nos creemos libres y nos acercamos más a serlo, aunque sea porque soñamos más que los adultos y por la falta de responsabilidad que aún tenemos.
Aún podemos inventarnos nuestra vida.


Cerraba los ojos por la calle, en mi casa, en clase, y pensaba en lugares maravillosos que podría ver en unos días, y podía palparlos, con la imaginación de un niño, y podía sentir escalofríos, meter mis pies en el agua azul cyan, oler la selva virgen, embriagarme de su frescura esmeralda, y sentir la altura de las montañas en mis taponados oídos.

Esa semana hizo muy bueno, un sol radiante, y hasta calor, aunque llegaba el segundo mes y el invierno marcaba los calendarios.

Paseando por la calle, el edificio rosado de un banco se reflejaba a lo largo de toda la calle, simulando una alfombra rosada impresionante todo el camino.

Por esa misma calle, a mi izquierda se escuchaba el traqueteo de los trenes desplazándose entre la bruma dorada, y por la valla que separaba las vías de la acera, la luz incandescente hacía destellos de un segundo en mi rostro, , como flashes naturales que me acompañaron todo el camino.

Olía bien la calle, como a limón, y le daban ganas a uno de comerse el sol a mordiscos.

Solía cantar algunas noches a todo pulmón en medio de la calle cuando no había nadie , sobre todo si llegaba de alguna fiesta a casa tarde, y las calles desiertas, querían escuchar a algún cantautor revolucionario de esos que por lo menos a mí, me agarran por dentro, consiguendo que mi cuerpo se paralice, y que no pueda estudiar, hablar ni pensar en otra cosa más que en esas letras tan exageradamente bellas y en sus guitarras de acordes imposibles.

Libre de mis estigmas, de mis horarios nunca cumplidos, libre de las llamadas o compromisos, invisible, lejos de que mi felicidad fuera condicionada por suspender o no las asignaturas de la carrera fui inmensamente feliz. Me sentía plena y desbordada.

No me importaba lo que el nadie pudiera pensar sobre mí desde hacía bastante tiempo, por eso era más libre que el resto.

La vida no había sido creada para sufrir innecesariamente, para autoflagelarnos con obsesiones insanas y estreses absurdos.

Me encantaba de hecho, la época de exámenes, desde siempre.
Siempre con tiempo para el ocio (algo que no creo que muchas carreras permitan), tomar algo con un amigo al que hace tiempo no ves, leer un libro que te apetece, ver pelis e ir a conciertos, pasear por la ciudad soleada y disfrutar de la brisa húmeda del botxo.

Las bibliotecas se llenaban por primera vez, y se llenaban bien, sin poder recibir a los que solíamos ir más a menudo(aunque fuera a coger una película)..

Había una en especial , que era mágica.

Me llenaba de alegría con tan sólo pisarla.
Lámparas cristalinas pendían del techo de madera y oro, cuyos atriles de madera antiquísimos olían a lo que eran, y la escalera de caracol con hermosas vidrieras a los costados me dejaban extasiada.
Nada más salir, encontrabas la zona antigua de la villa, dividida en un principio en siete callejuelas paralelas con casas de colores, llenas de balconcitos descorchados con flores o periquitos, que competían entre ellas para ver cúal era la más solicitada o vistosa.

El resto de bibliotecas, como pasa con todo, eran modernas, no olía a madera, la luz era fosforita y la tecnología las inundaba por completo. Las estanterias no habían tenido tiempo ni de acumular polvo, y me causaban tristeza, por su frialdad y falta de carácter.

En menos de una semana dejaba la ciudad para embarcarme en la mejor decisión que había tomado.
Una prueba, la ilusión encogiendome el pecho con fuerza, mi cabeza más allá que acá, y todo ya preparado.
Faltaba tan poco que parecía una broma.

No sabía lo que me esperaba, todo estaba en nuestras manos, y un poco en las de la suerte y el destino.

A diferencia de algunos, que vivían pensando en que estábamos determinados, que nuestra mala suerte no tenía posible solución y que debíamos acatar el destino marcado, yo confiaba en que la actitud de uno mismo ayudaba mucho en el camino, que definía nuestra suerte en gran medida, a pesar de que siempre se nos escaparan algunas cosas de las manos.

Pero también creo un poco en que todo está conectado por casualidades y momentos en que tenía que pasar esto para que después sucediese lo otro.

Llegó el momento y llena de incertidumbre y de arrebatos de euforia, las mariposas regresaron, subiéndome hasta la garganta, dilatando mis pupilas , haciendo que cada vez que pensaba en lo que pasaría mi cuerpo no supiera cómo responder.

Tenía tanto miedo y tantas ganas..

Ganas de que volviera todo a su ser sin decir una sola palabra.

O sólo la palabra precisa
la tuya.

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