domingo, 9 de enero de 2011

La incertidumbre de creer en el humo en que sólo él creía.

Y la pascua huyó al fin de la ciudad aterrorizada por las rebajas, el fútbol y la ley antitabaco.

Un chico cualquiera de la ciudad no quiso saber nada de nadie durante una temporada.
Sólo quería ser invisible, traspasar las paredes sin ser visto,
escuchar el silencio, sentir escalofríos cuando salía al balcón a medianoche medio desnudo.
Liarse un cigarro a medias con la luna retorcida y su inseparable relación de nostalgias compartidas.


Harto de excesos, de comer por comer, de hablar por hablar, de salir por salir.
De que la desidia controlara sus mañanas, viendo pasar la vida entre desconocidos y días sinsentido en que no se reconocía ante el espejo.
Ojeroso, cada día con menos neuronas y más lagunas en su oxidado cerebro acomodado.

Se escondió sin hacer ruido, y acurrucado entre una áspera manta que una vez fue de ciertopelo, se propuso no despertar hasta que una palabra le diera un vuelco al corazón.
Algo tenía que pasarle.

Tenía que esperarle algo detrás de alguna de las esquinas que formaban los callejones noctámbulos de besos robados.

La vida le supo a poco durante el calendario de adviento.

Algunas veces se atormentaba a sí mismo,
pensando que iba a morir joven,
y se asustaba al imaginar que sería de él, de sus secretos y esperanzas,
de lo que nunca dijo y jamás escribió porque se le acabó la tinta de su voz rota y de su Bic cansado.
Que sería también de sus más recónditos pensamientos que ni a él le pertenecían,
pues llevaban otros nombres que no podía olvidar.

Que esperar después de la vida que le habían vendido en oferta,
sabiendo que todo era caduco, como su yogur preferido de frutos rojos.


Palideció su mundo ante la primera semana,
y entre tembleque y turbulencias
se quiso imaginar que no estaba tan sólo.

Y sintió una mano amiga, lejana y suave,
que le agarraba con fuerza para que recobrase el aliento perdido hace semanas.


Y vió que no era allí donde debía estar.
Se imaginó a sí mismo bajo el agua,
desnudo, embriagado por el frío y el éxtasis,
estrujando su alegría con un alma semejante.
Un punto en común que nadie comprendería,
alguien a quien volcarle sus sueños y sus terribles desengaños.

Y del pensamiento a la certeza de creer en la intuición,
hizo las maletas y desapareció para huir de la desilusión y enfrentarse a sus sentimientos.
Algo se le había quedado en el tintero.

Sus lágrimas saladas se mezclaron con viento sur.
Olía a verano a desierto, y la brisa le pagaba en la cara,
le rozaba las pupilas, cerrándole los párpados como persianas sonrosadas.


Y con tantas tormentas
todo se volvió muy fácil ante su nueva mirada,
empezó a ver todo con más claridad,
sus raíces se fortalecieron
y le pareció que valía la pena intentarlo todo.

Se propuso seguir pasos de vaho,
y un caminito lleno de piedras de colores
como Pulgarcito,
que le llevarían a su hogar,
que nunca había cambiado de fondo, sino de forma,
y que le esperaba con ansiedad al otro lado.

Tenía miedo, sin embargo.
Qué pasaría si al arriesgarse no encontraba el camino a casa?
Si se volvía loco y lo dejaba todo por una idea o un concepto,
si cuando encontrase el camino que creía correcto fuese demasiado tarde?

Así, entre preguntas y una sóla respuesta, se adormeció,
como un pequeño feto entre aguas tranquilas
y sonidos tenebrosos que anestesiándole
le recordaron que su vida empezaba ahora.

Ya.

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