viernes, 9 de enero de 2015

El prefacio a una verdad.

Cuando son demasiadas, las palabras se rebajan en el colador de los límites que nos fijamos.
Porque ya sabemos lo suficiente y el dolor no tiene medidor.
Nadie se salva de la ansiedad que produce la falta de señuelos.
Fuerzas, que redirigen nuestros pasos hacia la resaca del pasado,
y barriéndolo todo, reducen la vorágine a un nudo en la garganta.

Nada puede salvarnos.

¿Acaso alguien podría hacerlo?
¿Acaso llegaremos a comprender el porqué de tanta huida, de tanto amor inflamado, que murió antes de materializarse?

Mudos,
en un bucle de fonemas, náufragos, nos dejaron devastados,
vacío el corazón, y la boca,
llena de arena.                                   

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