martes, 1 de noviembre de 2011

Deseo

¡El deseo!
Nos empuja y nos crucifica, llevándonos cada día al campo de batalla donde, la víspera, fuimos derrotados, pero que, al alba, de nuevo se nos antoja terreno de conquistas; nos hace construir, aunque hayamos de morir mañana, imperios abocados a convertirse en polvo, como si el conocimiento que de su caída próxima tenemos no alterara en nada la sed de edificarlos ahora..
Nos insufla el recurso de seguir queriendo lo que no podemos poseer, y al llegar la aurora nos arroja sobre un campo lleno de cadáveres.

La elegancia del erizo

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