Esta mañana he depsertado sin alarma, escuchando palomas en la ventana
que hacían caso omiso de los cds brillantes y las bolsas de viento.
Las calles estaban desiertas aún, sombreadas a carboncillo.
Corría por la casa un aire invisible pero cierto,
que sinuoso traspasaba los papeles de la pared,
haciendo bailar a las orquídeas de la terraza soleada.
Olía a tostadas, como cuando era pequeña y mi padre les ponía mantequilla derretida,
olía a café esta vez en vez de a cola-cao.
Hacía tiempo que no veía un cielo tan azul,
un azul que los que son muy de aquí llaman "azul Bilbao",
oscuro, como el corazón del cantábrico, terrible mar de la niñez.
Cuando la casa era amarilla,
el sol se reflejaba en nuestros ojos,
y un girasol bailaba con nuestras risas y con Ketama,
mientras bailaban mis padres, por la cocina.
Estábamos más ajustados, mi hermano era una bolita,
y los cuartos rosa y azul, como correspondía al clasicismo habitual.
Ibamos de excursión siempre, llevando los patines y raquetas al frontón de Meñaka.
Mi madre tomaba el sol con su amiga, que estaba un poco loca,
y mi padre charlaba con su ducados entre los dedos con el marido,
poseedor de una granja que me chiflaba, tanto como él,
al que después de tanto tiempo no he conseguido olvidar.
La infancia es solamente aquella en que basándote en cosas sencillas
como pueden ser las cosquillas en la tripa jugando al escondite,
como puede ser el verano sin colegio,
o hacer carreras en medio de la acera por la noche,
eras absolutamente feliz.
Agotado y rojas las mejillas, despeinado.
Eso es ser una niña,
jamás quise ser mayor, nunca,
porque de algún modo sabía lo mucho que nos envidiaban los imperfectos adultos.
Salir de casa impoluta,
llegar del colegio llena de barro y manchada de moras,
con heridas en sendas rodillas, reseca la sangre, y esa carita de felicidad
suave y redonda,como un melocotón,
mientras tu madre quitaba el verdín del uniforme desesperada
y tú le ignorabas, sonriente, ajena a todo mal.
Esa es la infancia que quiero tengan mis hijos,
una época marcada por las hadas y los cuentos,
por la mitología y las canciones inventadas,
los árboles de manzanas de oro,
los zapatos bailarines de la niña caprichosa,
y los Huevos Kinder escondidos por la casa.
El campo abierto, las ovejas y los conejos,
las migas de pastores, la tortilla de Jonás,los tomates de Mari,
los pimientos verdes en el balcón frente al mar, en Bakio,
y la sorpresa del pastel de arroz que aitaita compraba a los doce nietos.
Sin saber por qué me han entrado ganas de llorar,
pero por saber que no he sido nunca tan feliz
como cuando no tenía uso de razón.
miércoles, 25 de mayo de 2011
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Muy txulo el blog, hace pensar...
ResponderEliminarGenial Paula, eres un crack!!!!!!
ResponderEliminarUna oda al suicidio. Me gusta.
ResponderEliminarDe tu amigo, el Mierdas.