miércoles, 4 de mayo de 2011

La morriña

Acurrucada entre las rocas débilmente iluminadas,
dormí en paz, soñé largas y dulces historias,
escuchando el romper de las olas hasta saciarme de su latido.
De su brutal estallido en la lucha de la naturaleza.

Volví a la vida sin saberlo,
sin planes,anulando los fantasmas,
olvidandome de todo menos de sentir,
dejándome levar, desprendiendome de todo lo que mi cuerpo desnudo no necesitaba.

Tampoco recordaba tal barullo de estrellas agrupadas
como en un consenso celestial, pululando ante mis pestañas y el asombro,
acunando mi cuerpo ya aletargado,
iluminando las partes que no recordaba que consituían mi carácter.

En esos intervalos de turquesas espirales
entre cuevas y leyendas con olor a humedad,
reí con los ojos y las manos,
con los pies mojados,
y rojos los párpados del engañoso sol del norte.

En la intimidad del cuarto de la luz y la música
bailé bajo las sábanas
celebrando el retorno a la alegría.

Sorprendida ante el poder de la palabra compartida,
usando el pasado sin quererlo para la indescifrable unión de las almas,
en el reencuentro de la emoción en las papilas.

El sobresalto de recuperar algo que creiste haber perdido,
y el equilibrio fue posible,
sin haberlo planeado,
fresco y puro, como el agua,
como un niño sin barreras,
en la burbuja que no cesa hasta que no mueren las miradas.

Las campanas resonaban en Santiago,
y llovía por primera vez,
y sonreía por primera vez,
y firmamos una tregua yo y el universo.


Empapada y eufórica,
elegí continuar el camino a ninguna parte
exprimiendo las luces de la ciudad desde la altura.


Sin vértigo esta vez,
sin más incertidumbre que la que le crea a uno sentirse tan dichoso que teme que no dure eternamente.
Que teme estropearlo.

Miedo a la felicidad y a uno mismo,
a la verdad,
por la falta de costumbre.

Enhebrada a la almohada esta vez,
sueño seguro con los ecos de risa en salitre,
de la mañana clara y suficiente,
aquella, la más perfecta,

Sin una sola sombra,
sin azúcar,
y sin aliento.

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