sábado, 27 de noviembre de 2010

Sueño de invierno? No, gracias.

Arriesgarse o arrastrarse.

Hay veces que la vida te recompensa, te hace un guiño, te regala toneladas de suerte enlatada.
Intenta decirte como puede, gritándote, arañando las paredes, que sí, que estás encaminado, que hay esperanza , que te mereces la paz que ansías.
Por eso no podemos dejarnos caer en la apatía, en el malestar de una mala semana, en la magnificación de un hecho doloroso que al final nos contamine las entrañas.
No merece la pena vivir en el letargo de los recuerdos.

En vez de menguar, debemos crecernos al vernos solos en el camino,
sabiendo que casi nada se interpone en nuestro frágil destino
más que el azar y nuestra manera de afrontar los días difíciles.
El optimismo se intensifica si aparecen obstáculos,
la capacidad de reacción se eleva al cuadrado.
Te sumerges por fin en aguas dulces y burbujeantes, aislándote de cada pensamiento negativo.
Todo parece jodidamente perfecto.

Vivir la vida que te ha tocado vivir,
difuminado en tus circunstancias,
sufriendo con pasión los conflictos ajenos ,
e intentando apaciguar los de uno mísmo, dejándonos de mirar el ombligo por primera vez.
Creer en lo que uno quiera creer, sin imposiciones,
sintiendo que todo se va haciendo más nítido, claro,
y aferrándose al clavo ardiendo de la posibilidad. De la efímera felicidad.

Hay épocas que se utilizan para quemarlas después de vivirlas,
eternas en que los días parecen no tener fin,
épocas llenas de calor en que el día no tiene suficientes horas,
y otras en que vivir al límite es lo que toca,
atentando contra las expectativas,
integrándonos en nuevos mundos de colores chillones,
y cada escenario es siempre distinto, nunca estático,
y de repente te das cuenta
de quién eres
o quién quieres ser.

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