lunes, 29 de noviembre de 2010

Las utopías no existen en el infierno de los hombres.

Fué aquella una transición sin nombre,
que sólo podía haberse dado en aquél islote descolgado de la mano de Dios,
eran tales las condiciones climáticas y de riqueza en que sus habitantes se hallaban,
que jamás antes había fecundado la Madre Naturaleza algo semejante.


Con firmes propuestas en material de sueños y huertos de hierbas medicinales,
surgieron nuevos partidos jamás oídos antes, asomándose tímidamente de entre las sombras.
Algunos tenían como programa curar el alma del pueblo enfermo con mitos y cuentos mágicos.
Otros se centraban en la risoterapia o la llantología, para ayudar tanto a almas amargas que no expresaban la risa, como a los seres sonrientes que no concebían el llanto.
También la enseñanza de lenguas muertas se convirtió en uno de los objetivos marcados,
al igual que se pretendía instruir a la gente para sembrar sus propias cosechas,
con los vegetales más deliciosos y las flores más bellas y exóticas jamás contempladas.

Se querían impartir talleres de defensa personal y técnicas orientales de relajación y sexología donde conocieran partes de su cuerpo que no sabían que existían.
Hasta querían crear un teatro histórico, en el que revivir cada guerra y pasión de las novelas apasionadas y llenas de emoción.
El pueblo podía llegar a aprender danzas de los lugares más recónditos del Planeta, desde el Tibet hasta el pueblo dowayo, sintiéndolas como propias, haciéndolas parte de ellos.
Quería un partido, incluso que su pueblo discerniera cada místico canto gregoriano, cada instrumento, cada ritmo como si fueran sus propios latidos,
alimentándose y bebiendo de la música viva que les germinaba en el cuerpo rebosante de sus miembros.

Toda la efervescencia era poca, toda idea, aceptada,
nadie era tachado de excéntrico o raro,
cada cual presentaba proyectos más descabellados,
y el pueblo, en vez de insultarles, apreciaba a los políticos, como iguales,
se juntaba a comer con los diferentes partidos como amigos,
y cantaban al son de guitarras andaluzas y tambores africanos después del festín.


Contaban con una buena materia prima en su tierra,
la predisposición de un pueblo unido e inocente, sin maldad,
no les faltaba inteligencia, ni buenas intenciones,
de hecho tenáin en su poder algunas ideas nunca oídas sobre un sistema perfecto que nunca habían visto ser utilizado.
No sabían nada y lo tenían todo .

Un día claro y frío , llegó un hombre que rebosaba arrogancia y con una gélida mirada de sus ojos casi transparentes, pidió reunirse con los políticos de las distintas propuestas políticas y el anciano jefe, que a pesar de los tiempos que corrían seguía gobernando en el pueblo, y negociar, e incluso pidió presentarse a las elecciones que proximamente si ibana celebrar.

Por lo visto, quería, como político vencedor, que se le atribuyeran varios terrenos en los cuales, según alguien le había contado como secreto de Estado, se encontraba una gran mina de minerales preciosos y polvo de oro, y exprimirlos al máximo.
Nadie entendía que hacía este hombre allí, porque a pesar de que estaban en tiempo de elecciones, nunca le habían visto, y no les daba confianza.
A los niños su mirada les aterraba, y las mujeres se sentían cohibidas antes su presencia.
Nadie sabía cómo había podido llegar al islote imposible.
Además, su propuesta era muy aburrida y sólo hablaba de cifras y usaba términos que nadie entendía, por la falta de necesidad de usarlos que habían tenido los hombres que allí vivían.

Pasaron los días y el hombre de mirada azul quiso reunirse con los que consideró los más capacitados dentro de cada partido político, los que parecían superiores entre sus semejantes, dado que evidentemente no creía que los hombres fueran iguales.
Éstos, al principio se extrañaron, pues siempre habían creído que apenas se diferenciaban unos de otros, nadie les había dicho lo contrario jamás.
Pero tras la selección, y apreciar un cambio en el tratamiento que el hombre azulado les ofrecía, una rara sensación les invadió el cuerpo, sintiéndose de una manera que jamás habían experimentado antes.
Se sentían invencibles, y veían al resto del pueblo como seres de menor importancia.

El hombre azul, les enseñó fotografías de los mayores tesoros que existían en el momento. Los diamantes de mil caras en Margarita , los corazones de cuarzo rosa que se escondían en las cuevas de la Isla de Yucatepán, la plata azteca con rubíes incrustados , el coral rojo escondido en el fondo del Arrecife de Sade..
Ahora sabían que ellos podían poseer toda esa riqueza, o al menos una parte de ella. Todo estaba bajo sus pies.

Los políticos, viendo semejante oportunidad, fueron presas de un hormigueo curioso, y se dieron cuenta de que tenían que poseer dichos pedruscos para ser felices, con lo que, pactaron con el hombre, y formaron entre todos un nuevo partido político. Sus objetivos eran meramente económicos, el plan era formar una alianza con varias islas más, y crear una forma de transportar mediante grandes navíos, toda la preciada mercancía e intercambiarla por otros tesoros que ellos no tuvieran, por tapices de seda, porcelanas o por relojes de oro, que el hombre por primera vez les había enseñado en una foto.

Semanas más tarde, el hombre había convencido a todo el poblado para que confiara en su ambiciosa propuesta, y compró a todo el que no le iba a votar con cacao indígena y tabaco americano.

Sin embargo, una vez acabaron las promesas, todos los que él no había seleccionado, tuvieron que ponerse manos a la obra y comenzar a trabajar surcando tierras con total desconocimiento de las mismas, destrozando los campos, las esculturas de los ancestros, los parques mágicos donde jugaban los niños, tan sólo para buscar el material, que obviamente no sabían donde encontrar.
Trabajaban de sol a sol, confundiendo las estaciones y olvidándose de sí mismos ante el miedo de lo que podría sucederles si no obedecían. Muchos murieron entre las rocas, sin entierro alguno de sus cuerpos vacíos de esperanza.
Las mujeres lloraban porque no veían a sus maridos, los niños vivieron sin conocer a sus padres, cuya integridad peligraba, para que cuatro obtuvieran todo el beneficio.

Toda una vida alimentando las ambiciones de unos pocos.

La técnica había traído el veneno al islote, la corrupción, la envidia y la codicia, todos los sentimientos que tan poderosos hacen sentir a los hombres y tan llenos de bajos valores se hallan.

Los políticos una vez creyeron en utopías.
Los políticos casi consiguieron que la utopía se materializara, pero no pude ser.
Aquél lugar era el único en el Universo en que aún se daban unas condiciones perfectas para la felicidad, y estuvieron tan cerca...
Fué aquél el último punto del planeta en conocer el pecado y la maldad.

Nunca más pudieron ser dueños de sí mismos,
pero algunos abuelos recordaban cuando casi consiguen serlo,
cuando el hombre convivía con el hombre movido por pureza y solidaridad,
cuando todas las oportunidades para ser dichosos se habían postrado entre sus ojos,
siéndoles ofrecida una vida común llena de diversiones sanas, de conocimiento y liberación del cuerpo y el espíritu, de goce, de sonrisas y música.

Un día uno de los ancianos, se dió cuenta de por qué jamás podría haberse dado aquella utopía soñada
Supo que el hombre que ama el poder nunca querrá que el otro piense por sí mismo, se asustará ante la sóla posibilidad, e intentará utilizar todas sus armas para hacerlo él por todos, anulándoles, arrastrándoles y borrando de sus mentes todos los sueños que algún día tuvieron.



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