sábado, 9 de mayo de 2015

La inmortalidad de la resaca.

Sentir que no puedes con la carga del corazón.
Que la tensión en sus paredes es tal,
que dentro de tan solo un segundo
tendrás que derretirte,
manchando tu lugar en el mundo
con la herida de los que se desbordan.

Tu sonrisa es una puerta
a cualquiera
y absolutamente a nadie.

Con la sonrisa
me duelo a mi misma
donando mi sangre a los demás
prestando mi piel
a seres alucinados
en el centro de la noche.

Y entonces me derrito
como un metal
cuya forja es tan lenta
que exaspera.

Y pido a la vida
un pedacito de su verdad
que se desgaje ante mí
arrebatada y sin nudos.

Me doblego a la consciencia
durante horas
resucito de la ignorancia
mediante la duda
respiro profundo.

Elegimos siempre,
hasta dormidos
porque somos nosotros
en cada elección.

Pero hay algunos domingos
en que el ralentí atmosférico
nos eleva de la tierra
hasta hacernos desaparecer.

Y somos inmortales.

Porque sabemos que volveremos,
mil quinientas veces
a las mismas estaciones.

Y todas esas veces
nos preguntaremos
cómo coño hemos podido,
tras accidentes, atropellos y la espera,
sin dudarlo ni un instante,
regresar a esa estación.
.



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