martes, 13 de septiembre de 2011

Soberbia

Caía la tarde ya.
Ascendíamos lentamente por una angosta carretera comarcal, estrechísima y de doble carril, cuyas curvas ciegas nos llevarían a lo más alto del puerto de montaña, el punto más luminoso y bucólico que jamás he visto.
Ese lugar, se quedó marcado en mi memoria como primera toma de contacto con la vasta naturaleza que se alzaba bajo nuestros pequeños cuerpos.

Habíamos de realizar un complicado descenso recorriendo en espirales eternas la montaña,acariciandola, hasta llegar al cisma, el pliegue que resultaba de la unión de dos cadenas montañosas frondosas y esmeralda, era entonces cuando se veía la casa semiluminada y pequeñita, como hundida entre la naturaleza,engullida por la vegetación.

En ese alto,Dios, o lo más parecido a un ser divino que jamás he visto, se apareció de entre la bruma de sol que abrazaba a los montes, y trepó su luz tan alto que tuvimos que elevar las cabezas, a miles de metros de altitud para avistarlo.
Un rayo suave y definido trepó hasta la troposfera e inundando este pequeño universo de imperfección cayó como un alud luminoso, resbalando hasta el río y cargandolo de dorada brillantina imperecedera.

Cerré los ojos y cuando los abrí habíamos llegado a la casa.
Se respiraba arroz con leche recién ordeñada, pero entraba por las ventanas ese olor de naturaleza exprimida, de rocío, cuando las damas de noche salen a lucirse, y compiten con los jazmines enojados.
Era una de esas noches quejumbrosas y susurrantes, esas noches en que la penumbra es absoluta,y se oyen los insectos, atraidos por las pequeñas luces y el silencio queda perturbado por lejanos ladridos y libélulas de raros colores, que tímidas escapan de la vista del hombre por miedo a perder su polvo mágico.Su esencia.

Lánguida entre el murmullo, desarrollando lo sensorial que tan sólo en silencio se consigue,escuché la música del bosque mientras el amanecer nebuloso caía por el valle como si fuera un edredón de plumas suaves, y el primer sol de la mañana secaba las hojas,evaporándolas.
La madera en el suelo al pisarlo, las hortensias secas, el ventanal que nos desnuda ante el mundo, el último ruido del campanario palpitando en la espesura.

Sobrevolándolo todo muy alto, arriba, aislada de lo que aturde, concentrada en sentir y vibrar al ritmo de la Tierra fresca y noctámbula me sentí en éxtasis.

La hermosa Catalina, tardaría unos días con sus horas y minutos hasta llenarse, y entonces, altiva ,rebosante, inmaculada,como todo lo que al hombre se le escapa, nos miraría con recelo por arrebatarle, con nuestra falta de humildad, su pecado más oculto.

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