Semana grande.
Del exceso y de los absurdos reencuentros,
unos que nos hacen cerciorarnos de que hay amistades eternas,
de que hemos forjado grandes lazos con personas difícilmente quebrantables,
y otros que sin embargo,te hacen de alguna forma despertar, y momentaneamente desesperar.
De tal forma que entre la decepción y el desencanto
y mediante una comunicación no verbal que prevalece sobre las frases hechas,
te hacen aterrizar a la fuerza en un mundo donde nada es permanente,
ni ha de serlo, aunque nos cueste aceptarlo muchas veces.
Con un abrazo sé el triple de información que con las manidas preguntas de una noche ebria,
de hecho, no necesito ni la mitad de verborrea que empleamos para saber en qué punto estoy con una persona.
Termina el verano, un verano que ha sido a su manera otro camino de aprendizaje,
poblado de buenas y mágicas noches, de intensas conversaciones, de bailes y de viajes,y que, en mi caso, como cada verano, me ha conducido al precipicio en muchas ocasiones, ha hecho tambalear mi escasa cordura en las horas muertas,
en los días solitarios.
Dentro de lo que vivo, ese caos organizado que solamente yo comprendo,
hay horarios y hay actividades que me estructuran la cabeza y que me agotan de tal forma que rara vez puedo reflexionar como quisiera,
o como odiaría hacer, para no atormentarme por el recuerdo o por la carencia.
Cuando son fiestas,
el día y la noche cambian sus roles,
y dormimos cuando hemos de vivir,
y vivimos ebrios, en un mundo imaginario, en el que libres,
recordamos lo que queremos, pensamos lo que queremos pensar.
La imaginación tiene un papel protagonista, y entre alcohol y músicas absurdas nos relacionamos con el entorno queriendo gustar, caer bien, y disfrutar,
exprimiendo las horas, destruyendo nuestro cuerpo, y queriendo hacer a nuestra mente levitar, y viajar lejos, muy lejos de donde estamos.
Puede que sean mis últimas fiestas en esta ciudad que me lo ha dado casi todo,
y también me lo ha quitado todo,
ayudada por mi masoquismo y eterno inconformismo,
fruto de la búsqueda de mí y del amor perenne,
con el miedo que me produce que lo único que merece la pena realmente,
sea una utopía más,
en la que me hunda sin remedio.
Por eso me voy, una vez más, pero por más tiempo,
neutral, sosegada, vacía,
para empezar de cero y crear nuevos recuerdos a los que aferrarme en las tardes de resaca.
Echaré de menos los abrazos.
martes, 23 de agosto de 2011
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