jueves, 13 de noviembre de 2014

Una loba sin garganta.

Es el lobo
aquél que con su zarpa
atraviesa la hojarasca.

Es la piel
cobertura de toda conexión.

Hoy se entrega al aire
para que todo lo superfluo
no afecte a la semilla.

Quiere correr desnuda
entre techos amarillos
y que llueva
hasta desaparecer.

Dejarse calar,
arrastrada por la vida,
sintiéndolo todo,
abrigada por la tarde.

Respirar el aire hasta que duela,
llorar a bocajarro,
comer la tierra con las manos,
aullar hasta rompérsele
la voz,
y la garganta.

Dejar de ser un ente
al que quisieran negar.

Porque
cuanto más frío hace fuera
más nos encogemos

-Como si hubiéramos dejado de ser
por haber perdido a alguien-

en vez de dar el salto
saliendo de esta manta
seda virgen y arrugada,
y tirarnos al vacío,
sin memoria
y sin palabras.


Ha pasado el tiempo,
ya nada reconoces.

Pero nunca en la vida
has dudado menos
de la esencia de las cosas.

Esa que prevalece al castigo,
al dolor por el dolor,
que huele a lluvia y a madera
y se mantiene firme
atada a la consciencia.

 

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