jueves, 25 de octubre de 2012

Despacio.

Y ahora
vengo a parar a este punto,
a este Dorado remoto guardado,
qué en su tiempo me hubo llamado,
a la ilusión de la piedra,
en la perenne libertad remota de los veinte.

Qué hago yo aquí,
realmente,
me pregunto casi siempre,
donde se venden igual,
la pizza, los chupitos y las almas.

Dejadme en paz,
quiero llorar hasta vaciarme,
y gritaré
asustaros, sí, que gritaré
hasta destrozar la capa de ozono
que lleváis todos encima.

La música se hace difusa,
como las letras de ahí adentro,
se pierde un poco el efecto,
quizá soñé demasiado alto.

Será que endurecerse es normal,
que la prisa es obligatoria,
que reírse cuesta cada vez un poco más.

Qué está pasando, que no me sobrecojo,
que tengo veinte ojos,
cuando alguien se me acerca.

Qué hago, que ya no tengo filtro,
que no me importa nadie,
que no soporto juicio,
terrible y gratuito.

Será que cansarse ayuda a pensar en blanco,
que me he aburrido de esperar,
que me está cambiando un poco el miedo.

Que si no me escondo,
me cuesta acercarme más de un metro,
que  no soy tan yo,
más que con cuatro.

 Cuatro.

Será que me estoy perdiendo mientras busco,
que es normal, o al menos necesario,
sentirse así de extraño,
para vivir intensamente.

Aún no es invierno y tengo frío
poco de lo importante,
ninguna referencia cartográfica,
poco tiempo, menos aire.

Para qué parar, si nadie lo hace?

Si no me dejan hacerlo.

Quiero volver a casa 
aunque ya sea tarde,
oler el pasado un instante,
tocarlo,
y volver.






Datos personales

Mi foto
Una vida no cabe en 1200 caracteres.