Nunca fueron amigos.
Al menos no lo fueron antes,
ni después de haberse querido.
Porque se quisieron tanto,
que aún fingiendo indiferencia,
volvían al daño, al espanto,
siempre los dos por inercia.
Creyeron verse algunas veces
en estaciones vacías,
y cuando el otro aparecía,
ambos sentían morir.
Se templaron los abrazos,
se perdieron entre tantos,
y dejaron de cuidarse,
y dejaron de admirarse,
y después de algunos años,
nada quedó en que refugiarse.
-Lo siento- dijo ella, asustada,
prefiero después de todo la nada,
a morir en tus ojos del frío.
El le escuchó sin moverse,
pudo marchar sin volverse,
olvidarse de ella, perderse
mentir mucho más tiempo y mejor.
Por su orgullo y por el miedo
como dos desconocidos,
nunca llegaron a ser,
lo que jamás habían sido.
Al menos no lo fueron antes,
ni después de haberse querido.
Porque se quisieron tanto,
que aún fingiendo indiferencia,
volvían al daño, al espanto,
siempre los dos por inercia.
Creyeron verse algunas veces
en estaciones vacías,
y cuando el otro aparecía,
ambos sentían morir.
Se templaron los abrazos,
se perdieron entre tantos,
y dejaron de cuidarse,
y dejaron de admirarse,
y después de algunos años,
nada quedó en que refugiarse.
-Lo siento- dijo ella, asustada,
prefiero después de todo la nada,
a morir en tus ojos del frío.
El le escuchó sin moverse,
pudo marchar sin volverse,
olvidarse de ella, perderse
mentir mucho más tiempo y mejor.
Por su orgullo y por el miedo
como dos desconocidos,
nunca llegaron a ser,
lo que jamás habían sido.