miércoles, 29 de diciembre de 2010

Siempre tú, mi amarga y única perdición.

Parece que aterrizaron con prisa y sin previo aviso las vacaciones navideñas en el pequeño y absurdo micromundo en el que habitamos.
Una ciudad conocida, el camino en cuesta de siempre, el portal resbaladizo de siempre, mi sitio en la mesa de siempre, el café a la temperatura de siempre..

Afuera la lluvia como despertador, la atmósfera gris que se crea y se cuela por la ventana cuya persiana he destrozado por décima vez en este año.

Apenas he tenido tiempo para reflexionar de una parte a esta de mi vida, siempre corriendo, con horarios y alarmas en el móvil, de clase en clase, de bar en bar, de persona a persona, de pensamiento en pensamiento sin pararme en nada en particular, cogiendo esencias de todas partes, quedándome con lo que quiero de cada realidad.
Con lo que he considerado lo importante de cada cosa.

Todo ha sido más consciente de lo que pretendo aparentar.
No tuve tiempo,pero sobre todo, ganas de asumir cómo se han sucedido estos tres o cuatro meses ante mis ojos despistados, legañosos, otra vez.

Y tampoco pretendía hacerlo ahora, pero el tiempo se ha expandido y estirado, las horas ahora se han multiplicado por lo que las vacaciones representa.
Y miles de pensamientos, muchos tristes, otros que me sumergen en otros tiempos, en bonitos días pasados, pensamientos sobre planes, sobre largos viajes, a veces sobre mi incierto futuro, me acechan por la espalda.

Necesito llenar los espacios de mi mente y de mi diario antes de que me estalle la cabeza o me vuelva completamente loca.

Busco excusas continuamente para no profundizar en situaciones que me aterran, en historias que me crean tensión o angustia internas, en relaciones que me aportan inseguridad o rabia.

Mucha gente se ha marchado de mi vida para siempre, posiblemente no volveremos a coincidir jamás en el tiempo ni el espacio, ni seremos los mismos que entonces si lo hacemos.
Nunca podrá volver a fortalecerse un amor recalentado del mismo modo que si se hubiera cuidado en el momento preciso.En el instante perfecto.
Jamás podremos ser uno de nuevo después de haber pertenecido al mundo y sus habitantes mientras la vida corría, rápido, rapidísimo, sin que pudiéramos hacer nada contra ella y su caducidad.

Nunca volverá aquella tormenta de Enero a calarnos los huesos y el alma con sus congeladas gotas de lluvia el corazón de los que se miran de verdad por primera vez.

Es bonita la vida del comienzo, la brevedad de lo primario.
Las promesas, y los gestos nuevos, risas vírgenes y conversaciones que duran desde el amanecer hasta la oscuridad de la noche sin que te hayas preguntado ni siquiera si has comido, o dormido, porque nada de la vida parece importante en comparación con esas primeras luces con que se ha teñido el mundo desconocido y maravilloso.

Confías tanto en que nada podrá fallar, y la vida por primera vez es lo que esperabas.
Cegado y en un torbellino de sueños recién salidos de la fábrica parecen al alcance de la mano, dan vueltas ante tus ojos para que sepas que te pertenecen.

Has depositado tanta energía en predicar que el amor es lo que mueve el mundo, que es lo único que nos hace dsinteresados y buenos, e inmortales, que ya no sabes ni si algo de eso era cierto o lo habías visto en una película.

Saber que nunca jamás volverás a tocar a una persona es terrible.
Que ha desaparecido, que es como si hubiera muerto o se hubiera evaporado, tener la certeza de que no hay nada cierto a tu alrededor, de que las luces se acaban un día en cualquier estación del planeta.

¿Qué habremos significado para los demás a largo plazo?
¿Es posible que alguien recuerde a otro alguien para siempre?
¿Es el amor algo tan sobrevalorado como la navidad o la magia?
¿Merece la pena dejar la razón y la vida que te has creado por una intuición o un cajón de recuerdos?

Yo sólo se que no cierro puertas por miedo, más que por convicción, y no decido el camino porque me aterra saber lo que quiero si el resto no lo ha decidido aún.
Sólo necesito que me quieran con locura, o hasta la locura, pero sin esperar nada a cambio hasta que me convezcan como lo hiciste tú un día.

Nadie me convence.
Podrías intentarlo otra vez, aunque es difícil reconstruir ese boceto donde nacimos como únicos para el otro, con la lluvia cubriéndonos los párpados, la ciudad archiconocida más dulce que nunca,
y su luz de asfaltos y roja contaminación de sala de revelado
igual que la de hoy, igual que la de siempre,

pero sin tí, sin tu cara mojada y feliz asomándose a mi rutina como el que espera a algo que nunca llega, y cuando llega se aferra con todo su cuerpo a ese regalo, al que conocía mucho antes de haberle visto, cuya suavidad le era tan familiar como su propio cuerpo, cuyo olor le atraparía para siempre.

Qué hacer si no puedo hacer otra cosa que recordarte.




viernes, 24 de diciembre de 2010

Noche en la tierra.

Eran sobre las ocho de la tarde, salía de trabajar después de cinco horas con ganas de llorar.

Trabajaba en un restaurante pijo del centro, frecuentado por nuevos ricos y muchas personas a las que lejos de importarles lo que cenarían, les interesaba terriblemente decir a sus amigos del trabajo o de "poteo"dónde había sido el elenco, y cómo el precio estaba directamente relacionado con la exclusividad del lugar y la calidad de las trufas y los rollitos de Idiazabal.

Pero también había personas que acudían para celebrar algo importante, que disfrutaban del momento, de la música ambiental, de las cucharadas de toffe de la tarta de nueces, que se miraba a los ojos y reía, o conversaba sin dar tregua al silencio, ante las que sentías cada vez que les pedías la comanda que estabas interviniendo en algo sagrado.
Otras parejas aprovechaban los sofás para tocarse una vez el vino les subía a la cabeza, y con los papos colorados y disimulando en vano , él recorría las medias de su pareja haciendo que ésta se sonrojara con razón.

En las mesas reinaban cuencos cristalinos con orquídeas fucsias y caían del techo grandes lámparas de mimbre tahilandesas a juego con las flores.
Los clientes paseaban por el suelo de inamculada moqueta gris como volando, y llegaban a las mesitas acogedoras guiados por gente como yo.

En la entrada un gran árbol navideño muy hortera llamaba la atención sobre el resto de los objetos, y cada vez que lo rozabas, pedacitos de nieve artificial dejaban el suelo perdido.

Yo, como novata, era la que debía de limpiarlo, con escoba, con una aspiradora nueva que no funcionaba, y finalmente, con mis manos, torpe y rápidamente, antes de que grandes ejecutivos de los bancos más importantes dieran comienzo a los grandes banquetes de empresa.

Debíamos tratarles como a reyes, como a seres superiores por su nombre y posición , limpiar con pala dorada las migajas de la mesa antes del postre , y responder a vocativos como "rubia"(en mi caso) o "chata" , siendo extremadamente serviciales y sumisas.

Sí, éramos casi todo mujeres, de edades y condiciones dispares, más de la mitad ya madres, y algunas hasta abuelas. Si en todos los lugares se pueden hacer estudios sociológicos, el personal de un restaurante de estas carácterísticas es idóneo para ello.

Camareras encantadoras que te tratan como a su nieta, que te protegen y persiguen hasta la saciedad, o bien cuarentonas que dejaron su casa y sus estudios con diecisiete años y te consideran una niñata a la que tienen manía porque tú aún estudias y tienes el mismo trabajo que ella, y con la mitad de experiencia puedes hacerlo decentemente.

No me juzguéis insensible. Si alguien que me dijera eso valiera la pena como persona podría hacer hasta que me saltaran las lágrimas y tuviera ganas de abrazarle, pero desgraciadamente suele ser el perfil de persona que no te escupe de milagro, por lo que habitualmente no siento demasiadas ganas de abrazarles.

Siempre la misma historia, personas que se crecen y te someten a sus órdenes, miradas y comentarios despectivos porque han trabajado "EN MÁS DE VEINTE BARES DE NOCHE Y NO SABES GUAPA LO QUE SE SUFRE Y LO QUE HE TENIDO QUE PASAR ALIMENTANDO A MI HIJO PEQUEÑO COMO MADRE SOLTERA MIENTRAS TÚ CURRAS PARA TUS PUÑETEROS CAPRICHOS Y ERES UNA DESPISTADA QUE NO MUEVE EL CULO.." etc etc..

Pero por suerte, aparece un ángel de la guarda que te salva y te envía una mirada cómplice o te guiña el ojo o te da un empujoncito para que no te desesperes ante esa mujer despiadada que te humilla sin que te hayas siquiera dirigido a ella.


Casi todas habían estudiado para "somelier" o "metre" menos yo, que aún estando en medio de dos carreras no demasiado agobiantes debía sacar tiempo de debajo de las piedras para ganar el dinero suficiente para viajar, la mayor de mis pasiones.

Aquél día los extras, por lo visto, ya no podíamos apoyar siquiera los platos en las mesas de los ejecutivos agresivos, solamente nos permitían llevar bandejas de un lado para otro, sin descanso, unas bandejas más anchas que nuestros cuerpos, y que pesaban sin platos como un muerto.

Me extrañó el nuevo cambio, pero bueno, sin rechistar, (como no puede ser de otro modo)llevé como una mula todas aquellas bandejas, siendo consciente de que en pocos días parecería la hija menor de Swarzeneger.
El caso es que una vez las mesas ya estaban por el postre, ya cansada, pregunté si podía hacer otra cosa.

De mala manera me contestaron que llevando bandejas se me iba a poner "el culo muy duro" con sorna, y bueno, en ese instante me pregunté que coño hacía en ese lugar, y por qué dejaba que me torearan de ese modo.

Muchas veces he sentido en la hostelería que para ser respetada como una chica joven (para ellos novata), siendo algo despistada (para ellos cometedora de actos imperdonables), debía de parecer hiperactiva, borde, y hasta chula.
En realidad siempre parece ser así, debe parecer que sabes lo que haces aunque no sea así, y tienes que asentir, demostrar y sobre todo, marcar ciertas distancias para que la gente no se sobrepase.

Lo que supong que aún no saben pero sí sospechan es que soy joven pero no gilipollas.

Tras salir del trabajo, con olor a mantel chino en el pelo, a fritanga, y con los brazos reventados, fumé en la calle, con un frío siberiano, el mejor cigarro de la semana, y maldiciendo los primeros cinco minutos a todo el personal de ese puñetero palacete gastronómico, recibí una llamada que me salvó para salir de la ciudad y comprar regalos navideños en tiempo record.

Había una luna llenísima y un cielo despejado perfecto, y se me pasó toda al mala uva y me dió por reírme como una idiota, tampoco me quedaba otra, pensé.
Por suerte, según me habían comentado, había cervezas a 2X1 en un acogedor irlandés, algo que me motivó, puesto que llevaba todo el día con unas ganas de evasión que hacía tiempo que no sentía y me apetecía estar rodeada de cervezas y voces conocidas.


Resultó aquella una noche curiosa y efusiva,
de reencuentros y conversaciones etílicas sobre todo y sobre nada.

Fue el solsticio de invierno más raro de todos,
intenso pero inocente,
lleno de vaho y humo de fresa.
Triángulos irracionales y música perfecta, en el lugar perfecto, con una mezcla de escalofríos congelados dotados de absurdas emociones.
Paletas rotas y raras miradas verdes entre vasos de chupitos llenaron los bares palpitantes.

Bonito, como todo lo irreal.

Y en ese lugar del desayuno de las ocho, las siete diferencias con pintalabios, por fin, fueron encontradas.

Al igual que los abrazos rotos en una encrucijada de calles conocidas sin vuelta atrás.


lunes, 20 de diciembre de 2010

Todo fue poesía alguna vez.

Amasaba con sus manos una pasta de nata entre grandes bostezos y resaca de sentimientos extraños.
Otro amanecer en el que dejaron de existir las estaciones, el cambio climático me pegaba en el rostro abrasando mis mejillas.
No era la primera ni la última vez que el corto y perezoso invierno se reía de la ciudad.
Y a la gente, lejos de preocuparle, le encantaba que el cielo se hubiera vuelto esquizofrénico e impredecible. Les gustaba vivir la Navidad en terrazas al sol, en mangas de camisa y sin lanas.
Me encanta la lana.
Me encantas con tus jerseys de lana bereber, y cuando me abrazas, huele a viejo y a la Castilla profunda enre los gruesos hilos de tus cálidos susurros.

Imagino farolillos ennegrecidos y rotos, y misteriosos ruidos enlatados dentro de una taberna decadente, escondida entre las sombras de un pueblo manchego, frío , seco, oscuro.
Sobre todo oscuro.

Las palabras vuelven a ponerse en tela de juicio. Las necesito como el agua en estos días sensibles y nuestros.
Demasiadas preguntas, pocos detalles, mucho frío. Pero también muchas ganas.
Locas.
De amar, de errar, de ser de nuevo dueña de mis sentimientos sin serlo en absoluto.
Me hago la esquiva para hacerme impermeable al dolor, y ser libre, libre, libre.
Sólo quiero decir adiós a los fantasmas del verano en las cascadas de luz, cerrar episodios como se apaga el viejo día al tomar protagonismo la inmensa luna rota.

Exhalo suspiros intermitentes en una terraza incendiada por la savia de unos árboles inmortales, de unos gatos invisibles y de una bicicleta oxidada que cayó en el olvido tras la ilusión.
No puedo ser sólo alguien a quien enciendes con tus manos.

He sido recompensada con la intensidad del que nunca piensa en el mañana, creo haber sido querida con el calor de un millón de sueños apretados.
No hay nada en mí que no hayas visto antes, y sin embargo, aún no has visto nada en mí en lo que yo me identifique.
No sabes nada, y a la vez lo sabes casi todo.
Me escapo de tus trampas como un ratón asustado, y te crees que me creo la mitad de tus recursos.
Nadie dijo que fuera fácil empezar algo empezado.
Nos fumamos la melancolía, y entre combustión y latidos empieza una nueva vida en nuestros párpados dormidos.
Y me quedo sin palabras bailando en la cocina, descalza, y sin más poesía que la que me ofrecen tus manos en mis vértices.
Me sabré el número de tus lunares antes de que puedas darte cuenta.
Y esa será tu perdición, también la mía.
Pero me querrás muerta si huyo tras hacer mío tu cuerpo, para conocer ese mundo que jamás podre poseer.
Ese mundo que creo mío sin serlo, del mismo modo que alguien pensará que yo le pertenezco.
Pero no es así.
Escurridiza y volátil , engaño a todos, y me engaño a mí, creyendome inmortal ante tus ojos alargados.
Existimos como amantes de la vida, nunca te prometí algo más, ni tú lo hiciste.
Tápame la boca, que la sopa de letras deje de existir bajo mi nombre verborreico.

Haz que el mundo acapare sólo este minuto de silencios y preguntas mudas.

sábado, 18 de diciembre de 2010

El lugar donde cupo lo imposible.

Hay mercado medieval de fuegos y olores.
Recuerdo el último , en uno de los mejores días de mi vida.
Caía Marzo sobre el asfalto a borbotones, el sol de media tarde aclaraba los ojos y despertaba los sentidos acurrucándonos en las melodías de los pájaros que surcaban el cielo entre polen soleado.

Sentimos esa vez entre nuestras manos aferradas a las del otro, simétricas, mariposas que habían huído de la lógica y de cualquier exótico del planeta para encontrarnos.

Todo lo que tocábamos se convertía en primavera.

El ambiente se impregnó de instrumentos medievales, cascabeles y bellas percusiones de madera resonando en nuestros extasiados tímpanos.

Había una gran explanada abarrotada de niños que reían ante payasos con máscaras hechas a mano, pintadas con detalles de magia y plateados remates, únicas en el mundo.
El humor que predicaban era sano e ingenioso, alejándose de burdas y pesadas bromas o de vulgares artificios. Todos reíamos, fuera cúal fuese nuestra edad, condición, situación, compartiendo mucho sin apenas darnos cuenta.

A cinco minutos de la ciudad, parecíamos haber entrado en un mundo antiguo y extraordinario, que nos separaba de la realidad con un velo de atardecer seminvisible.

Vendían mitología, cuentos en miniatura, ropas de lana tejidas a mano, sueños bordados a medida, minerales nunca antes vistos para la suerte eterna, historias de dragones morados amables que en vez de fuego, escupían flores, lamias de pies palmeados con espejos y cabello de oro que habitaban en paz en castillos escondidos bajo las aguas templadas de un lago cualquiera.

Olía a hoguera de media noche, a piedra y a brasas que a fuego lento cocinan grandes trozos de carne, bailando al calor del akelarre de brujas bailarinas.
El queso curado, los pasteles de arroz que aturden papilas gustativas, los frugales vinos del desconcierto y la chispa granate del instante.
Ojos brillantes en que se vertía la ilusión de los que buscan ver un mundo extraño alguna vez.
Marionetas enmascaradas que no se conforman con los colores arco-iris, cometas de papel maché, que volaban fugaces debajo del cielo, encima del mundo.

Un segundo, y la felicidad te pertenece.
No podía parar de sonreir, embriagada de polvo mágico que absorbían mis párpados rosados, de apretar a mi alma gemela entre mis dedos.

Ropajes austeros y oscuros, botas marrones del medievo, casacas y corsés ceñidos al cuerpo de mujer, quiméricos frascos que albergan medicinas hechas por alquimistas locos que viven escondidos y ayudan a curar catarros con agua recogida en luna llena.
Leían la mano adivinas con pañuelos anudados a sus frentes alumbradas, tras cortinillas de estrellas, augurando amores, buena suerte, o en los peores casos , la muerte.

Lindos unicornios blanco inmaculado compartían la estancia con su presencia obligatoria.
Empezaba a asomarse tímidamente el ocaso, entre el verde de las afueras de la ciudad, en un lugar encantado, que hizo prisioneros nuestros sentidos y por primera vez, pudimos volar.

Nunca sabrás cuando volverás a sentir mariposas.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cuando la felicidad se hizo preguntas.

Los geranios de mi padre brillan en el alféizar del séptimo piso de un punto de la ciudad, normalmente embriagado de alegres destellos, resbosantes luces bailando en las ventanas.
Hoy sólo los geranios transtornan el ambiente, el paisaje, la atmósfera irrespirable con su brillo.
Como decía el poema más bello que jamás se ha escrito, "hoy solo tengo ganas de arrancarme de cuajo el corazón, y ponerlo debajo de un zapato. Hoy me sobra el corazón".

Si hay algo que no se expresar físicamente es la tristeza, por eso la escribo en esta parte oscura de mi vida que nadie conocería si me viera a diario en la universidad o en un bar, o en cualquier parte que perteneciera al exterior de mi diario sonriente.
Me gusta mucho la gente que sonríe, y pese a todo lo que pueda sentir, siempre consiguen transmitirme algo de esperanza, por eso tiendo a la risa, porque sé que ayuda al resto y a uno mismo, ya que todos tenemos días en que necesitamos una mirada cómplice para no caer.
Siempre he sido capaz de llenarme de optimismo cuando todo apunta a la desgracia, el estrés, o la pena.
Sin embargo, hay momentos en que algo te oprime el corazón, en que por más que te hagas el firme propósito de ser luz, solamente ves la parte oscura de todo lo que te rodea, lo peor de tí mismo, la miseria y la apatía se convierten en una transfusión inevitable a todas las venas de tu cuerpo, resquebrajando tus ganas, desgarrando tu alegría habitual.
No hay nada que hacer ante eso, me temo, más que esperar, no se exactamente a qué, puede que a la respuesta de mis preguntas, que ni yo se responder, como qué quiero realmente, qué estoy haciendo con mi vida, qué necesito, qué debería cambiar. Qué puede hacerme feliz eternamente.
Desgraciadamente creo saber que no hay nada lineal en mí desde que nací un invierno casi tan frío como éste, en el mes raro, una noche de carnavales y de ruido, de voces, de músicas locas resonando en la habitación pulcra y blanca de la clínica donde mi madre se daba a sus antojos de fresa que yo debía pedirle desde el interior, con voz ronca, como ahora, en un lenguaje que sólo ella comprendía.
Me estaba nutriendo de la dulzura, ella quería que yo fuera su representante de la sonrisa en el mundo nuevo al que saludaban mis grandes ojos de almendra.
Nací con una fresa dibujada por alguien en mi pequeña cabecita, y desde entonces nunca más pude ver ese símbolo materno inherente a mi futura existencia.
Qué fragil es todo en la vida, cuanto cuesta guardar la felicidad que rompe barreras, que es capaz de levantar el ánimo hasta del más suicida, que borra ceños fruncidos y despierta lo mejor de nosotros, que nunca es poco, que siempre es mucho más poderoso que lo que nos aflige.
Sólo quiero ser feliz en la vida con placeres sencillos y que llenan mi mente y mi cuerpo de una alegría real y no perecedera. Como lo son las altas ambiciones que frustran y envilecen a las personas.
Mi único fin es encontrar mi ansiada paz interior, sólo necesito una señal que me diga que voy encaminada, que todo merece la pena, porque me estoy construyendo un camino que merece la pena ser vivido, lleno de emoción y de lucha, de violentas pasiones cumplidas.
Y por encima de todo, que cuando me mire al espejo, vea que en lo que me he convertido es un ser noble, que no se ha dejado arrastrar, que ha podido superar todas las pequeñas y no tan pequeñas trabas, el desamor, el egoísmo y el cinismo que todos, absolutamente todos, llevamos en nuestro corazón.
Me cuesta más sobrellevar las pequeñas decepciones que las grandes pérdidas. Algo se enciende en mí, incendiándome por dentro de fuerza y valor cuando algo grave ocurre a mi alrededor.
Pero, sin embargo, son esas pequeñas tragedias mundanas y absurdas las que me cuesta perdonar, y olvidar, y sobrellevar.
Cúanto me gustaría a veces ser inmune y menos sensible a todo lo que me rodea.
Pero no sería yo, sino alguien despiadado y terrible el que lleva mi nombre, el que sigue mis pasos sin mi permiso, el que da la espalda a lo más importante que hay en la vida, las personas que la forman.
Sin más que decir, ahora leo lo que he escrito y veo todo un poco más claro, es una de las ventajas de escribir los pensamientos.
Me siento algo más libre en esta tarde bajo cero, y me siento más capaz de rescatarme de entre las ruinas de lo que he sido, lo que suelo ser.
Ánimo a todos los corazones que hoy se han quedado sin batería, siempre nos quedará soñar con que mañana todo cambiará, pero no porque sí, sino porque nosotros lo hemos logrado, una vez más, uniendo nuestra energía a la del resto de almas que vagan incomprendidas en nuestro caminar.
Los geranios han dejado de brillar incandescentes, ya que todo está oscuro y taciturno en esta tarde antes dolorosa, les he robado la luz..
Y sigo, sigo, sigo.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Y perderme en tus límites hasta desaparecer.

Se que pertenezco a este lugar.
La brisa que mece tristezas como una madre universal,
me ha arrastrado de nuevo a este punto donde el tiempo para.
Sus latidos de espuma atrapan mis sentidos
para salvarme.

Mis botas cuelgan del vacío del abismo,
y una media luna musulmana reina en cielo balanceándose con gracia.
Se escuchan los últimos pájaros, se esconden todas las voces.

Yo te conocí este mes también entre el día y la noche.
Pero llovía, y me tragué la lluvia con la risa. Era demasiado feliz.
Recuerdo la luz con que inundaste el mundo.

Ahora, el frío es seco y helado, y me atrapa, sorteando mis costillas hasta el desaliento.
Se que pertenezco a este lugar, y no a otro.
El vaivén de su grito profundo me lo ha dicho sin palabras.

Agárrame fuerte en esta hora de los espíritus,
no me sueltes hasta que deje de tener miedo.

La contaminación se posa en las montañas, eclipsándolas,
arrancándoles fuerza y presencia ,
asesinándolas entre vapores negros y carbónicos.

No estoy sola, pero me siento tan sola como puede el hombre.
Puede que jamás nos volvamos a encontrar.
Y no importa. Ya no importa casi nada.
El oleaje puro me sosiega, deteniendo el mundo en este instante,
ebrio de ecos sordos naturales y puros.

Qué es el hombre contra ésto, lleno de debilidades e impureza.
El mar, sin embargo, puede parecer tan frágil como desee,
y apoderarse de la fuerza de los dioses sin previo aviso.
Al revés que nosotros. Al revés que yo.

Se oye el grito de la negrura, de lo que todos creen muerto.
Ruge la tierra lentamente y, engañando a todos,
hace levitar a los que saben escucharle.
Si te detienes, el mundo cesará en un leve suspiro.

Ni lo humano, ni lo que se olvida, ni lo que infecta el aire tienen sentido ya.
Sólo los llantos de los niños y una música trágica aún suenan a lo lejos..

A solas, con el viento de la locura, inmensa, se puede sentir el llanto del universo.
La nostalgia del ayer, las imágenes se suceden en mi cabeza.

Nunca tuve en mi mente la playa donde viví.
Jamás fui sólo de una playa, sino de todas.
Sintiéndolas como mías, de diferente forma,
llorando, amando, respirando con fuerza, gritando..

Las noches fueron mediterráneas, de jazmín y madreselvas, dama de noche. Antorchas.
Sin embargo mi niñez fue atlántica, cantábrica, con olor a diente de león y flora salvaje.

Tuve miedo muchas veces.
Pero hoy he visto a la muerte. Ya no me asusta.
Soy invencible junto al mar.

La bruma atrapa las sombras de la tristeza y las convierte en algo poderoso,
terriblemente bello, pero efímero.
Cuento los minutos para fundirme en esta imagen dolorosa e irresistible.

Cómo me gustaría cerrar los ojos y desaparecer entre tus brazos oceánicos.
No puedes herirme ya, soy invencible.
Y me siento como una niña recién nacida, minúscula, que sólo quiere escaparse para dejar de luchar por nada.

Remolinos de histeria turquesa, ópalos clandestinos perdidos bajo la arena,falta de lágrimas y de antiguos pálpitos. Fiebre.

Y te echo tanto de menos que me duele el corazón en la garganta.




sábado, 11 de diciembre de 2010

No existe, son los padres.

Se oye el silencio en las calles gélidas de la ciudad. De cualquier ciudad.
Shh...
Sólo tú y el viento.

El suelo resbala, sientes cómo tu pie se desliza suavemente por el asfalto helado.
Esta vez no caes.
Sonríes para tus adentros, eres el único que lo hace en esta masa gris de urbe artificialmente viva.

No hay seres vivos no humanos en la ciudad,y los que se hacen llamar humanos no lo son en exceso.
Los árboles son fachada,la luz es sólo consumo, las palmeras parecen de plástico, las plazas han sido delimitadas con regla, como aquél continente que todos conocemos por campañas navideñas en que miserablemente ayudamos a gente que ya murió para nosotros hace tiempo para sentirnos bien.


Souvenirs que destrozan la esencia de los objetos y manchan su sentido,
puentes de absurdos colores con nombres aún más absurdos,
espumillones dorados del chino, navidades brillantemente chinas,
muñecos navideños que asustan a los niños. Muñecos del infierno.
Regalos de guerra, mientras niños juegan a diario en ella,
prendas que valen más que muchas almas, que valen la vida de animales que se equivocaron al nacer,
telas creadas por manos diminutas, manchadas.



Toneladas de comida innecesaria para millones de almas muertas,
millones de cuerpos muertos cuyas almas estaban vivas
pero no lo estaban sus estómagos.


Rostros efímeramente felices.
Como un destello de luz penoso y vago.

Como los cumplidos, las frases hechas, las cenas indigestas entre personas unidas por apellidos,
se avivan los rencores,se redescubren pandoras de la vergüenza.

Miras las tiendas luminosas y atrayentes, los bares atestados de cuerpos evadiendo sus débiles mentes, llenos de humo, vacíos de verdad.
Risas configuradas, bromas pesadas, cánones de belleza devastadores e irracionales,
la belleza que nos han vendido , que al final hacemos nuestra.
La imperfección una herejía, blancura dental y delgadez extrema, el cáliz de salvación.



Miras los rostros, en sus mentes intentas descifrar íntimos recodos y acertijos,
no encuentras nada, pero no es su culpa. Llevan engañados toda la vida en algo que prefieren no cuestionarse, al fin y al cabo, ya tienen bastante con la crisis y cada año van al Mediterráneo a tomar el sol.
Para qué pensar en otra opción.


Un mundo de opciones, de libertad coloreada, de sueños americanos, de monedas comunes, de modas comunes, de vidas exactamente iguales.
Que no se salga nadie, porque igual a los de arriba no les gusta demasiado
y de repente , las amables fronteras de hoy, un día se cierran para tí.
Cámaras, censura, chantaje, violación de la dignidad y de los derechos, de lo íntimo e intransferible. Violaciones psicológicas, maltratos físicos.

Dementes seniles en cuerpos adolescentes, cuerdos que gritan y son mirados, enfermos que callan y miran.

Extraños que viven juntos quince años cuerpo con cuerpo. Pero sólo eso.
Personas que se quieren como dicen las películas
que se dan besos en serie que han visto en las teleseries en que viven,
que han interiorizado de tal forma lo que ha de ser el amor que jamás podrán conocerlo.

Nadie siente la pérdida como antes,
como en aquellas terribles guerras donde se jugaban el mañana,
y querían con la intensidad del primer instante,
Y querían para siempre.

Personas que sentían que les había sido extraído un pedazo de sí mismos en la despedida.
Capaces de matar o morir, o desgarrarse las vestiduras, llegar a la locura, desfallecer por el otro.

Eso ya no existe en Occidente.

El amor se ha extinguido en Occidente.

Parece ser que hay un mundo a nuestro alcance,
millones de jóvenes atractivos que parecen haber sido hechos a tu medida,
peces en el mar de toda raza y condición,
almas gemelas a cada vuelta de la esquina,
clavos que sacan otros clavos porque se lo ha dicho un dicho.
Pereza, egoísmo y como resultado la desdicha más absoluta,
del inconformismo eterno, de oca a oca y tiro porque me toca.

Nadie será completamente feliz si se ha extinguido lo único que mantendría unida a la raza humana.
En esta era por la que pasamos, sin pena ni gloria, sin hacer ruido en el mañana, sin dejar nuestra huella en el Mundo,
ni en nadie.




lunes, 6 de diciembre de 2010

Y sin saber cómo, fuimos.

Ha pasado ya tiempo desde la última vez que me negué a ser tu víctima.

Tras el no, vivimos alegres y soleadas mañanas,
en una casa desconocida con luz extraña y perfecta,
estores a media asta, un olor casero de la infancia,
libros viejos y la bandera cubana cubriendo mi cuerpo aún adolescente.
Se iban llenando los espacios de la desilusión,
la música y el teatro se abrazaban a mí de nuevo.
Creo que coincidimos en que ambos rostros parecían acabar de nacer,
transtornados con aires de fiesta y de latidos galopantes,
mudando de piel con raros besos, nutriéndonos del otro y sus proyectos.
Coloreaste mi desgana con tu aliento,
apareciendo pronto, abrazándome hasta tarde,
e intuyendo que ya nos habíamos conocido antes,
en otra vida lejana, arropados por el misterio y las estrellas,
jugando con los pecados, alimentándonos de lo prohibido.

Desnudos, y con los sueños como carta de presentación,
irradiabas un calor desconocido,
de mirada salvaje o agresiva, pero el más tierno en la caricia.
Embriagaste mi letargo con desayunos de aceite y cafeína,
con aroma a hierba y azafranes.
Me quitaste la espina, sin preguntas ni juegos macabros.

Templado y liviano amanecer,
todo se fue volviendo menos triste con tus manos de pianista esquizofrénico.
Tu carácter era tan voluble como el mío,
sin medida, sin transición, extremadamente incomprensible.

El equilibrio brilló por su ausencia,
pero seguíamos siendo dos seres que se necesitaban por encima de lo terrenal, de las diferencias. Personas para las que ser amado si tenía sentido.

Fuimos tanteando con las yemas el terreno,
y exaltados al final,sucumbimos a la razón
introduciéndonos en un bucle de tardes lluviosas compartidas.

No hiciste preguntas pero yo hablé.
Te dije que no era de fiar,
que alguien sin miedo nunca lo es,
que pasaba por la vida sin pena ni gloria,
que estaba inmersa en el recuerdo y la soledad.
Que todo había perdido el sentido en mi vida .Que quería que así siguiera siendo.
Pero una noche eclipsamos el mundo con nuestras voces llamándonos a gritos.
Se me olvidó la pena y el espanto.

Te dije no te convengo,
no te querré,
no te haré feliz, caeremos en picado,
nunca te haré partícipe de mi locura, ni de mi extraña forma de amar.
Te torturaré sin miramientos.
No te importó,
viste una señal durante el sueño, que te guiaba hasta mí,
que te decía claramente que a mi lado estaba el camino.

Me dejé querer por tus instintos,
y en el laberinto del subconsciente te dí la mano
te miré sólo una vez.
Y supe que proyectaríamos calor que el mundo necesita,
necesitándonos sin saberlo,
sabiendo que estamos perdidos,
o salvados.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Te recuerdo.

Cuánto tiempo ha pasado desde los primeros
errores, del interrogante en tu mirada. La ciudad
gritaba y maldecía nuestros nombres,
jóvenes promesas, no, no teníamos
nada.

Dejando en los portales los ecos de tus susurros,
buscando cualquier rincón sin luz.
"Agárrate de mi mano, que tengo miedo
del futuro", y detrás de cada huida
estabas tú, estabas tú.

En las noches vacías en que regreso solo y
malherido, todavía me arrepiento de haberte
arrojado tan lejos de mi cuerpo.

A ahora que te encuentro, veo que aún arde
la llama que encendiste. Nunca, nunca es tarde
para nacer de nuevo, para amarte.

Debo decirte algo antes de que te bajes de este
sucio vagón y quede muerto, mirarte a los
ojos, y tal vez recordarte, que antes de rendirnos
fuimos eternos.

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Trying to.